dimecres, 30 de juliol del 2008

Últimas tardes en Mestalla

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El següent artícle va ser publicat en la Cartelera Turia la setmana del 21 de juliol de 2008. Agraïm tant l'autor com la Cartelera Turia la publicació del text en el nostre blog.


En medio del clima caótico que se respira en el Valencia, con un máximo accionista que se comporta como el perro del hortelano, un gestor que intentará reflotar la maltrecha economía del club a golpe de comisiones, una plantilla que no acaba de cerrarse y una afición que todavía no sabe si su equipo luchará por mantener la categoría o por lograr algún título, ha pasado inadvertido un hecho que demuestra que quienes rigen los destinos del club están más interesados en temas que poco tienen que ver con lo sentimental y mucho con lo material.

Dentro de unos días comenzará la temporada 2008-09, la última en la que el viejo campo de Mestalla será el feudo del Valencia. El recordatorio no es gratuito. Mestalla ha sido el escenario de los éxitos y los fracasos del Valencia en los últimos 85 años de su historia, que son muchos si se tiene en cuenta que el club cumplirá el próximo 18 de marzo 90 años de vida. El ritual de acercarse al viejo coliseo que linda con las avenidas de Aragón y de Suecia, de internarse en el caos automovilístico que supone para la ciudad un partido del Valencia, de picar algo antes de los partidos nocturnos, de celebrar los triunfos o ahogar las derrotas en alguno de los bares de moda que rodean el campo o de sentir que Mestalla es la casa de todos aquellos que han mamado el Valencia desde niños dará paso a trasladarse a un estadio con las últimas comodidades, con amplias zonas de aparcamiento, en una zona que está lejos de todo, y en el que, inevitablemente, el aficionado añorará su antigua casa durante años.

Mestalla se inauguró el 20 de mayo de 1923, sólo cuatro años después de la fundación del club, que hasta entonces disputaba sus partidos en un destartalado recinto, muy cercano en la distancia pero muy lejano en las condiciones para ver el fútbol, que respondía al nombre de Algirós. Más de medio millón de pesetas de la época costó a los responsables del club dotar al Valencia de un estadio moderno, acorde a los tiempos en los que la entidad iniciaba un camino hacia la elite del fútbol español que precisaba de un escenario decente.

85 años después, aquel viejo campo que podía albergar a 17.000 espectadores, se encontraba en el extrarradio de la ciudad y permitía a los aficionados dar un tranquilo paseo los domingos por la tarde por las zonas no edificadas hasta alcanzar su localidad es un intruso en el centro de la ciudad, ahogado por las altas viviendas que lo rodean y puede acoger a más de 55.000 personas. En el camino han quedado las reformas que han ido ensanchando el campo hasta su configuración actual: la acometida en la década de los 50, cuando se construyó el “Gran Mestalla” con parte de las recaudaciones que se conseguían cuando la gente iba a ver a Wilkes en el campo; la que obligó, para el Mundial del 82, a cambiar la fisonomía del barrio que lo rodeaba e hizo de Mestalla un estadio moderno para su época; y la que acometió el club en la década de los 90, ante la protesta vecinal, para aumentar su capacidad a costa de invadir la privacidad y el espacio de los edificios que le rodeaban.

Con el aspecto primitivo de sus primeros años, el moderno que fue adquiriendo en sus sucesivas reformas o la sensación que se tiene ahora de que aquello no da para más ampliaciones, el principal patrimonio de Mestalla es la educación sentimental que ha impartido a varias generaciones de valencianistas. Allí se celebraron los títulos, se lloraron las derrotas, se sufrió en los momentos débiles y se gozó cuando el viento soplaba a favor. Allí, sobre sillas de anea, la dura piedra o los asientos de plástico, se ha forjado la historia del club y la de sus seguidores. Allí mucha gente ha vivido algunos de los momentos más sentidos de su existencia.

Ante el olvido del club, entendido como entidad oficial, un grupo de valencianistas ha puesto en marcha una iniciativa singular a través de la red. Se trata de una bitácora (ultimesvespradesamestalla.blogspot.com) en la que el que desee puede dejar sus opiniones y comentarios sobre lo que ha significado Mestalla en su vida. Un lugar para la memoria y el refuerzo de la identidad del Valencia. El mejor homenaje que se merece el escenario de los sueños.


Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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dissabte, 26 de juliol del 2008

De la posesión de Mestalla

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Al contrario de lo que les sucedía a otros niños, uno de los principales atractivos del Valencia y Mestalla es que yo podía agregar posesivos en cada una de mis afirmaciones. El Valencia era “mi” Valencia. El Valencia era “nuestro” Valencia. De alguna forma, Mestalla me pertenecía. Y los niños del Madrid y del Barcelona no podían decir lo mismo, de una forma tan preciada como la mía. Desde la distancia, claro está. Desde la lejanía de la carencia del pase Mestalla era algo mío: un terreno de juego intuido y deseado. En aquel tiempo infantil “cruzar” el río me parecía una peripecia. Atravesar el puente de Peris y Valero y pasar a la Avenida de Primado Reig un trayecto con el que llegaba a otra ciudad diferente, con otras fachadas y letreros.

En aquel momento de las definiciones y los cromos vivíamos más allá de Tránsitos, en la calle Plus Ultra, perpendicular a la Carrera de San Luis y paralela a la calle Porvenir. El autor del nomenclátor debía ser un cínico. Calles sin asfaltar. Acequias. La huerta cercana. Solares y maleza. Todo un mundo de talleres menestrales, bodegas, tiendas de ultramarinos y bares como El Parral o Casa Toribio. Una toponimia de periferia, de casas de campo, sendas y acequias: Casa Tronaes, la Barraca de Maldeventre, la casa del Pedrapiquer, la de Voro el Xurro. La onomástica del mundo que me rodeaba: los Alabau, Arce, Gimeno, Puchades o Mocholí. No sabíamos que cada nuevo paso en el estudio nos alejaba de aquel espacio.

Con el nacimiento de mis hermanos nos cambiamos a la Carrera de San Luis, a escasos trescientos metros, al lado del Cine Lido y mucho más cerca del Colegio de los Salesianos en el que jugaba el Don Bosco. En el fondo fue un cambio entre distintas modalidades de la estrechez inmobiliaria. Pisos pequeños, tabiques que parecían amplificar los ruidos, habitaciones compartidas y literas. El campo de fútbol del Don Bosco, de tierra claro está, acogía durante los recreos casi una docena de partidos simultáneos. Asociaba esa estrechez futbolística y vital con la casa de mi abuela que era, todavía, una casa con corral, geranios, murcianas y una tortuga. Dos casas más allá vivía una familia con el apodo “els dels carros”. El señor Enrique era carretero y tenía cuadra con caballos. Aficionado al vino, llevaba faja y alpargatas y cuando se achispaba cantaba la misa en latín porque había estudiado en el Patronato de la Juventud Obrera y en el Seminario. Era del UDELAGE. Del Gimnástico. Tres casas más allá había una planta baja en la que se guardaba el material de las funciones y revistas del teatro Ruzafa. En la calle Bernia vivía mi tío Gasolina, trabajador de la CAMPSA, del Levante F.C. del Camino Hondo del Grao y lector de El Caso. Yo elegí Mestalla.

En aquel tiempo, en el año 1972, mi padre me llevó a Mestalla. Y Mestalla ya fue para siempre el lugar amplio, verde, sin tabiques ni estrechez en el que circulaba el aire, el espacio en el que yo podía elegir los detalles necesarios para tatuar un posesivo y poder hablar de mi Valencia, de mi Mestalla, el Mestalla de Warons y Danone, el Mestalla del barrio de General Pando, el de la calle Pintor Ricardo Verde. El Mestalla de mi primer pase infantil en 1974 y de la muerte de Vicente Peris. Después vinieron más de tres décadas. Con mi Mestalla y mi Valencia. Aprendí la cercanía de Algirós y la Gran Pista de la Exposición. Montes y Cubells. Fechas, datos y temporadas. Pero también las acciones que han herido de muerte mis posesivos. Mis últimas tardes en Mestalla.


Miquel Nadal
Socio del Valencia CF
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dijous, 24 de juliol del 2008

Mestalla: L'última temporada

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L'última temporada. Encara que el cor ho veja així, pareix que la raó ens furta eixa visió. La situació econòmica del club i, allò que és més preocupant, les contínues girades i colps de timó en la nau blanquinegra no alimenten amb esperances els moments finals i, necessàriament, útils del Camp de Mestalla per a assentar i fer progressar la cultura de club en el nostre volgut València C. F.. Sóc un valencianista que té una curiositat malaltissa per quasi tot i en l'esportiu em fascinen els esports que ancoren el seu origen en el segle XIX i com més lluny, millor. Així tant el foot-ball association com el foot-ball Rugby em van interessar sempre i en èpoques més pròximes, el baseball. És en este esport, i en el mode exemplar en què els americans l'han convertit en mite i llegenda, l'espill en què ens hauríem de mirar per a eixamplar i construir el camí que ens porte a considerar, d'una vegada per sempre, els mites, fets i llocs de la història del club, no sols un patrimoni del mateix, sinó una riquesa que es projecte a l'exterior i engrandisca més encara la nostra identitat.

Es donen uns curiosos paral·lelisme entre les històries del Yankee Stadium i del nostre volgut Mestalla. Ambdós van ser inaugurats en 1923 i la temporada present serà l'última del Yankee Stadium i hauria de ser l'última de Mestalla. Els New York Yankees van començar a ser un equip gran quan en 1919 van fitxar a Babe Ruth. La data és emblemàtica, veritat? I no sense raó, el Yankee Stadium és conegut de manera oficiosa com the house that Ruth built (la casa que Ruth va construir). El nostre Mestalla també va tindre alguna cosa pareguda, quan es va construir la tribuna actual i va ser “la tribuna que Wilkes va pagar”. Vénen a col·lació estes coincidències, per a posar en evidència els diferents enfocaments en l'un i l'altre cas. La temporada actual dels Yankees ha sigut encunyada com “The Final Season” (L'última temporada), s'ha creat un logo especial que va sobrepost en tots els productes dels Yankees amb la fatxada de l'estadi i les dates 1923-2008, l'All-Star Game (Partit de les Estreles) es va celebrar fa una setmana i mitja allí, i per totes les bandes queda clar que en la memòria dels fans dels Yankees com de tots els dels altres equips, el canvi de residència de tan gran franquícia serà recordat pels temps dels temps.

És la nostra situació comparable? Podem esperar algun tipus d'acció que ens porte a tindre l'orgull davant del futbol espanyol de despedir com es mereix a un dels més importants camps històrics del nostre futbol? Em tem que no. I en este punt sempre em pregunte en què ocupa el seu temps la Fundació del València Club de Futbol. Almenys, en esta tribuna podrem dir-li adéu al lloc en què molts hem format nostre criteri futbolístic i, al mateix temps, humà. Eixe lloc en què ens hem sentit tan prop del nostre pare com mai i en el que el crit de cada gol, amb una veu unida a la de mils, formava en el nostre cor, pedra a pedra, gol a gol, una identitat valencianista que, esta sí, perdurarà pels temps dels temps. No hi haurà última temporada en els nostres cors per a Mestalla.


Francisco García (àlies Cisco Fran)
Soci del València CF
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dissabte, 19 de juliol del 2008

Últimas tardes en Mestalla

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Pensaba que el uniforme 2008-09 sería el primer homenaje al que *se supone* último curso oficial de Mestalla, pero ya veo que no. De aquí 20 años sólo los más memoriosos identificarán cuál fue la última camiseta con la que el VCF jugó en el que ha sido su templo 85 años. Lo inquietante, más allá de la falta de reflejos para con la historia de la institución, es la ceguera comercial: seguro que una buena promoción con la Última de Mestalla se vendería mucho mejor que cualquier otra fanfarria marketinera tipo el azul America's cup o la silueta de la ciudad de las artes y las ciencias. Por no hablar, puestos a especular, de la ocasión perdida para trasladar a la opinión pública un discurso institucional no vinculado estrictamente a la demagogia del mercado de fichajes, y si a los rasgos esenciales y vitales del club.
Como soy de natural optimista, quiero pensar que hay gente trabajando en la sombra para que la última temporada de Mestalla sea especial al margen de que el equipo funcione o no. Y aunque es cierto que la única verdad visible es que la pelotita entre, la entidad está en la obligación de hacer compatible la ansiedad competitiva con la pedagogia y la cultura de club. Vale que el corto plazo convoca clientes de aluvión, pero el largo plazo asegura militantes de por vida. Y el fútbol, modernos al margen, es militancia por encima de todo. Además, es un hecho que equipo y club pueden y deben retroalimentarse. Bien desde la gloria tangible ganada en el terreno de juego, bien desde la mística casi religiosa que destila la grada.

Mis dudas, razonables, aunque espero que infundadas por el bien del Valencia, nacen viendo el perfil de quienes controlan el día a día: un granota cínico y un ex-pinchadiscos ajeno a los códigos del fútbol. Dudas que se refuerzan observando el mutismo con el que se acercan nuestras últimas tardes en Mestalla y el hecho ya consumado de esa camiseta donde nada indica que nos despedimos de nuestra casa. Puede que esta gente ya sólo vea el fútbol en clave mercantil y que todo consista en hacer un buen equipo para que la tropa calle y sea feliz. A nivel práctico no es mala opción pero a la larga es sólo una de las patas de la silla. Hay que hacer equipo sin dejar de hacer club. Y el club se hace, fundamentalmente, cuidando su relato y potenciándolo. Sobre todo, cuando ese relato esconde grandeza a raudales. Ponerle rostro humano y a la vez otorgarle galones de mito creíble es la obligación de quienes dirigen la entidad. Ese plus también es el fútbol. Las remontadas fanáticas de los turcos en esta Eurocopa, la atmósfera de Anfield, el eco de la Bombonera, y tantos y tantos ejemplos así lo confirman. Eso, que pertenece al ámbito de lo metafísico es lo que muchas veces genera inercias ganadoras y engrandece el legado. Ocasiones en las que el club tira del equipo y el equipo comprende que le empuja la emoción de muchos, el empeño de los más. Ese plus existe si se cuida y se potencia. Y 90 años de historia en la élite dan mucho juego.

Por eso, un club como el VCF no puede desperdiciar lo que supone en términos sentimentales y de militancia la despedida de Mestalla. No basta un partido final con el triunfito de turno cantando el "per a ofrenar". Hay que rescatar lo que es Mestalla en el corazón de sus fieles. Lo que ha representado para todas las generaciones de valencianistas y echar el resto para que esa potencia invisible tome cuerpo durante todo la temporada. Insisto, durante toda la temporada 2008-09. Y no sólo el último día. Más allá de si Villa se va o se queda, lo sustancial es que el último año de Mestalla represente un impulso definitivo en la concepción del Valencia. Un Valencia que cambiará de barrio pero no de sentido. Un sentido histórico que sólo cobra verdadero valor a partir de las ausencias. De los que vieron crecer ladrillo a ladrillo el gran Mestalla desde los años 20' y sólo verán el nuevo con nuestros ojos. A fin de cuentas, y tal y como dejó escrito Gabriel Miró, "Nada nos cautiva tanto como aquellos lugares que consagran una memoria". El lugar tiene nombre y fecha de caducidad: Mestalla. Que no sobre olvido. Por favor.


Rafael
Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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