dilluns, 30 de març del 2009

Els nostres primers campions

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Un xicotet homenatge a les nostres desaparegudes seccions esportives


Final del Campionat de Copa d’hoquei herba, disputada a Mestalla (La Semana Gráfica, 4 d’abril de 1931)

Mestalla, enguany serà per última vegada escenari de la final del campionat de copa. Al llarg de la seua història, el nostre camp, ha sigut escenari de moltes finals de futbol: 1926, 1929, 1936, 1990, 1993, 1998 i l’última l’any 2000.

El que ja no es tan conegut és el fet que també el nostre estadi ha sigut escenari de finals d’altres disciplines esportives.

Per altra part, segurament, si preguntem a quansevol dels nostres aficionats per quin va ser el primer títol nacional guanyat pel nostre club, tots diran sense dubtar que la Copa de l’any 1941, guanyada pels: Pío, Alvaro, Juan Ramón, Sierra, Bertolí, Lelé, i la “Elèctrica” dels Epi, Amadeo, Mundo, Asensi i Gorostiza.

I tindrien raó, si parlarem de futbol. Però, afortunadament, fins al temps del “València campió” de Paco Roig, el nostre club contava amb diferents seccions esportives que trobaven caliu baix les ales del rat penat.

Precisament, una d’estes seccions va ser la primera en aconseguir per a la nostra entitat un Campionat d’Espanya, l’any 1931 i davant un dels nostres grans rivals esportius: el FC Barcelona. La secció no era altra que la d’hoquei herba, creada pocs anys després de la fundació del club.

Eixe any, després d’una brillant temporada, el nostre equip es va classificar per a jugar la final del campionat d’Espanya, que es va disputar a Mestalla el dia 29 de març.

A la premsa de l’època podem llegir la següent crònica:

La final del campeonato de España de hockey fué una cosa soberbia. ¡Palabra que no sospechábamos que el Valencia H.C. jugara tanto!”. (La Semana Gráfica, 4 d’abril de 1931).

El partit finalitzà amb empat a un gol. Uns dies més tard, el partit es va repetir a Borriana. Millor dit hauria d’haver-se jugat, ja que l’equip català no es presentà al·legant que al ser entre setmana els seus jugadors no podien desplaçar-se per la seua condició d’amateurs.

Este fet, provoca un allau de reaccions i sancions per part de la Federació Espanyola d’Hoquei, i la decisió d’otorgar-li el títol al nostre equip, convertint-lo en el primer equip valencià que guanyava un campionat esportiu a nivell estatal.

Desgraciadament, hui possiblement ningú recordarà esta gran fita esportiva i segurament este fet serà desconegut fins i tot per al propi club.

Així que, modestament, aprofite este blog per rendir, amb estes breus línies, un xicotet homenatge a tots els nostres esportistes que han quedat en l’oblit i als qui el pas del temps ha esborrat els seus èxits.

A tots ells: Gràcies per fer del nostre club un gran entre els grans.


Josep Bosch
Soci del València CF

http://www.rfeh.com/web/rfeh/historia/palmares_clubes/coparey.htm

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divendres, 27 de març del 2009

El gol de Forment (28-03-1971)

·Hui volem agrair tots els nostres lectors i col·laboradors haver fet possible arribar a este post #100 d'¨Últimes vesprades a Mestalla".
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Yo no estuve aquella tarde en Mestalla pero como tantos otros soy hijo de aquel delirio del 28 de marzo de 1971. Lo supe definitivamente 31 años después, cuando el Pipo Baraja remontó con 2 golazos el partido clave contra el Espanyol de abril de 2002 y un estallido de locura colectiva inundó el viejo campo. Como todos los que estuvimos en Mestalla aquel sábado por la noche me vi preso de la congoja; envuelto en lágrimas y babas ajenas, con la certeza casi palpable de que por fin veríamos ganar una liga a nuestro equipo, la liga que llevábamos esperando más de 30 años y cuyo impacto emocional se me antoja como el más contundente de cuantos como hincha he vivido y creo que viviré: nada en la vida se espera y se desea durante tantos años. Pero más allá de odiosas e innecesarias comparaciones, creo que el de Forment contra el Celta de 1971 es el gol más celebrado de la historia de Mestalla. Más incluso que el de Tendillo al Madrid de 1983, el de Roberto a Buyo en 1992 o el ya comentado de Baraja al Español en abril de 2002. A favor del tanto de Forment juega el crono, la tensión de 90 minutos agónicos, la falta de costumbre. El gol de Forment reformuló un anhelo colectivo, el del gol milagroso que cambia la historia y sacia años y años de sequía.

Asumido el hechizo, volvamos a ese domingo de primavera de 1971. Llevaba el VCF 24 temporadas sin ser campeón de liga y faltaban 4 jornadas para el final. Un empate en casa era perder demasiado. El partido había sido áspero, duro, a cara de perro. Entonces llegó el corner en la portería del gol Xicotet, la de la épica. Minuto 92. 1-1. "Para la cinta" en ese momento. El rumor ansioso de Mestalla, los corazones desbocados, el sí o sí recorriendo las 4 esquinas del campo. Sergio se acerca al banderín del córner más cercano al marcador del gol norte, jaleado por la hinchada, sin apenas espacio entre el césped y la grada. "Ara sí", se dice a si mismo mientras ejecuta el saque. Esos segundos del balón en el aire lo explican todo. En esos segundos se esconde la verdad del fútbol. Todo pasa tan rápido que las cábalas, los dedos cruzados, las invocaciones a la virgen de los creyentes, la mano del padre siempre cálida o el susurro de "ara sí" contenido en miles de gargantas se quedan en el limbo de las cosas que hacemos sin saber que las hacemos. Las que nos definen. "Ara sí" vuelves a pensar. Lo piensan todos. Los presentes, los ausentes, los que casi 40 años después intentaran recrear el instante justo en que Forment se adelanta al portero vigués para, in extremis, peinar la pelota al fondo de la red ante el frenesí desatado de un Mestalla en estado de máxima excitación. GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL. El rugido es tan potente que se oye al otro lado del río.

Por momentos el tiempo queda suspendido, en un globo de felicidad expansiva y extática. Un paroxismo emocional sin medida. Mucho más que un orgasmo. 2-1. Los abrazos con desconocidos, los desmayos, la rabia contenida durante tantos y tantos años son sólo una pequeña muestra del sufrimiento acumulado. 24 años de expectativas no siempre satisfechas reducidas al clamor de un instante único. La parroquia lanza almohadillas al terreno de juego, en pie, fuera de sí; algunos incluso, como me contará años después mi padre, se lanzan al campo en un estado de enajenación absoluta. Hay que saber lo que está en juego. Y sólo ellos lo saben realmente. Los presentes, los ausentes, los que ahora intentamos recrear ese día a partir de unas cuantas fotos y un puñado de testimonios. Ese gol. Un hito fundacional de tertulias familiares, el icono de una tarde imborrable en el marco de un año mágico. 1971. Un estallido de alegría inexplicable, nuevo, histórico. Ese gol convertido en hilo conductor de un programa de televisión 20 años después, con Forment explicando la jugada para absoluta conmoción de quien firma este escrito, apenas unos meses después de enterrar a la persona que me hizo partícipe de ese sentimiento irrenunciable, mi padre. Lo que hay detrás de ese gol es la primera liga del Gran Mestalla; la primera vez que más de 60.000 valencianistas se funden en un solo grito y ven más cerca la epopeya del título. Lejos queda la liga del 47' y aquel Mestalla de gradas de madera y caminos embarrados de la postguerra. Estamos en el presente, en la España predemocrática de 1971 y vamos a volver a ganar una liga. Sólo quedan 3 jornadas. Y este gol de Forment es algo más que una señal. Es la culminación de un sueño largamente acariciado.

Casi 40 años después, la perspectiva del tiempo transcurrido y las ligas de la factoría Benítez no pueden hacernos cambiar de criterio. La de 1971 es posiblemente la más meritoria del palmarés. Por la fisonomía del equipo, por lo inesperado, por la dificultad añadida de la coyuntura sociopolítica, por la tensión máxima con que se desarrollan las últimas jornadas del campeonato. Diría, incluso, que por la literatura generada durante los siguientes 30 años de travesía en el desierto.

Sólo una semana después es Antón quien marca en Sabadell el gol de la victoria, también de manera agónica, a falta de cinco minutos. La penúltima jornada es de trámite, con un Mestalla entregado y un ambiente festivo, con globos y pólvora a raudales. La victoria es cómoda y abultada, 3-0 al Elche. Finalmente, y para añadir más zozobra y tensión, la no menos angustiosa tarde de Sarrià. 18-04-1971. No hace falta insistir. 20.000 valencianistas en Barcelona, toda una afición movilizada. Perdemos 1-0 pero somos Campeones de Liga por cuarta vez. El recibimiento es apoteósico desde el momento en que se cruza el rio de la Sénia hasta la llegada al Cap i Casal. La emoción se desborda. Hemos vuelto. No importa que vayamos a tardar 31 años en volver: siempre lo hacemos. En el camino, una certeza: el gol de Forment inventó un género. El "forner d'Almenara" puso la cabeza, Mestalla el corazón. Posiblemente, el gol más celebrado de nuestra historia. Llamen al marmolista e inmortalicen el testarazo. Para que nadie olvide jamás el material con el que se construyen las gestas, los mitos, la memoria, el compromiso, la lealtad.

Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dimecres, 25 de març del 2009

Un pato en Mestalla

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No era la primera vegada que anava a Mestalla, però si la primera que anava amb tota la meua família i també la primera que no vaig veure guanyar el meu València.

Es jugava la temporada 85-86 i era un diumenge assoleiat. El València anava mal però encara quedava molta lliga per davant i ningú pensava que poguérem acabar descendint (tot i el que havíem viscut dos temporades enrere; gràcies Tendillo).

L'equip visitant era el Atlético de Madrid dels Fillol, Marina, Landáburu, etc. De blanc vestien els Sempere, Quique, Subirats o Sánchez Torres entre d'altres.

Com sempre que anàvem a València al futbol vaig convéncer els meus pares per anar a dinar a Barrachina, en aquella època al meu poble no hi havia cap lloc on posaren galetes dins les natilles.
Després de dinar, amb el Renault 6 blanc cap al Luís Casanova. Entrades del sector 9, molt prop d'on anys després tindria el meu primer passe. Les entrades les recorde d'un color rosat i amb una formació del València difuminada com a fons (la meua memòria reconeix encara hui en ella el bigoti de Manzanedo).

Olor a pólvora, dones amb abrics elegantíssims que es miraven de reüll, l'home del davantal i la gorra venent pipes i refrescs, l'olor a puro que venia de la zona de tribuna, aquelles revistes on tractava de memoritzar quin logotip publicitari corresponia a cada partit de la jornada per enterar-me després de qui marcava... I allà baix el somni verd, èpic als meus ulls d'onze anys, pur, inaccessible, màgic, acaronat pel sol.

Comença el partit, bé el València, molt bé, encara hui recorde pocs partits on el meu equip haja mimat d'eixa manera la pilota, fins i tot Sánchez Torres (a qui odiava perqué algú havia dit que faria oblidar a ELL) estava fent el partit de la seua vida. Una ocasió darrere d'una altra i sempre amb el mateix resultat: intervenció espectacular del Pato Fillol.

A mi aquest home em queia francament bé, els meus records l'associaven indefectiblement amb aquella albiceleste del 78 on jugava ELL, però aquella vesprada va acabar per desesperar-me.

Avançada la segona part vam aconseguir marcar (si no recorde mal ho va fer Wilmar Cabrera). Cinc minuts després, els del Manzanares, que no s'havien acostat a la nostra porteria, van empatar de forma tan fàcil com injusta. El Pato va continuar parant-ho tot i el partit es va acabar.

Per a mi va ser terrible vore com sense fer soroll van empatar els visitants, com ho va ser mesos més tard veure al meu equip baixar a segona, però hui estic segur de que eixe dia El Pato em va començar a mostrar el que és ser valencianiste (almenys pel que al meu valencianisme respecta).

Eixa sensació s'ha repetit més vegades al llarg de la meua vida. Recorde l'avinguda de Concha Espina a Madrid plena de gent però buida de vida tornant cap a l'autobús després del gol d'Alfredo en la final de Copa. Recorde la Nit del Foc més fosca vagant de Mestalla cap al Passeig de l'Arbereda després que el Shalke 04 (i Valdano fent jugar a Fernando Gómez Colomer de lliure, millor dedicat a parlar amb paraules de sucre, Jorge Alberto) feia esclatar els nostre somni europeu que en aquells anys era la Copa de la UEFA. Recorde una nit de maig del meu any de mestre a Formentera (tan lluny de Milà, tan lluny de Mestalla, tan lluny dels meus, tan lluny de tot) sense poder dormir, tota la nit en vela tirant aquell penalti, ara a l'esquerra, ara a la dreta, sempre dins.

En certa forma, és en eixos moments quan més valencianiste m'he sentit, i no quan l'he vist guanyar una lliga a Màlaga o una Copa a Madrid. Igual que l'amor no depén de la raó, els meus sentiments cap al València van més enllà de guanyar o perdre títols. Eixe sentiment té a veure amb la forma en que el sol enlluernava el verd de Mestalla quan jo era un xiquet, té a veure amb un gol d'ELL i el masclet que esclatava immediatament després.

Em fa por que part d'eixes sensacions i d'eixos sentiments desapareguen juntament amb Mestalla (o Luis Casanova, que així és com es deia quan jo somiava en jugar allí algun dia). Evidentment el nou estadi en generarà de noves (això espere) que ompliran els somnis infantils del meu fill. Però res serà el mateix, probablement ell l'associarà a una marca comercial que durà per nom, pot ser algun dia fins i tot l'equip canvie de nom per necessitats econòmiques (fa quaranta anys tampoc imaginava ningú que acabaria lluint publicitat a les camisetes -o als pantalons-). Quan tot això ocòrrega no sé si seré capaç d'explicar-li tot e que jo sentia quan anava a Mestalla. En qualsevol cas li contaré que allí vaig vore un gol d'ELL, i també que una vesprada hi hagué un Pato a Mestalla que ho va parar tot.


Albert Carda Serch
Soci del València CF

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dilluns, 23 de març del 2009

Fernando al rescat

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A menudo, lo más urgente es tener paciencia.

JL Borges

Hui es complixen 25 anys del primer gol de Fernando a Mestalla. Va ser en la porteria del gol Xicotet. Una volea marca de la casa que Pereira, un altre símbol del valencianisme llavors en l'Atleti, a penes va olorar. Després van arribar molts més, quasi 150, fins a conformar una de les trajectòries més emblemàtiques i senyeres de la història del club. No és una efemèride menor, encara que puga passar inadvertida per a molts. Fernando va ser bandera generacional d'un València en reconstrucció, o el que és el mateix: la primera anella de l'Edat d'Or recentment liquidada. Ja és casualitat, ara que tenim certa distància, que les seues irrupcions a Mestalla siguen sempre en períodes convulsos i delicats, com si més enllà de ser el jugador que més vegades hi ha vestit la blanca, el seu destí consistira a encapçalar l'exèrcit de salvació cada quart de segle.

De manera injusta, l'estigma dels seus 15 anys en primera línia sense alçar un títol ha creat entorn de la seua figura una falsa i immerescuda aurèola de conformisme. En futbol, com en la vida, els estereotips fàcils solen prendre en els que fan de la peresa intel·lectual la seua manera de viure. I este, per desgràcia, és un d'ells. D'altra banda, Fernando mai va ser l'"alegria de la huerta". El seu futbol, cartesià i sense concessions demagògiques, sempre va tindre detractors. I el seu caràcter, tan poc valencianero, no va acabar d'atorgar-li el plus sentimental que altres tribuneros de tall més afable si van tindre. Va ser, ja de jugador, una rara avis. Una beneida rara avis. Un valencianista poc comú. Un home realista.

Ara, com llavors, el VCF travessa moments difícils. I ara, de nou, Fernando apareix al rescat. Amb matisos i circumstàncies distintes. Però al rescat de nou. Fa un quart de segle, el de Sant Marcel·li era només un juvenil prometedor incapaç encara de projectar la seua maduresa als distints òrgans del club. Salvat per la campana en el 83, ningú pensava en realitat que el VCF baixaria a segona. El miraculós gol de Tendillo va tindre un efecte narcotitzant. Va fer pensar que el pitjor ja havia passat quan en realitat era al revés. El club no va assumir el desastre i la grada tampoc: només 16.000 socis en 1985 expliquen la dimensió del bac social que va haver-hi.

25 anys després algunes coses han canviat. Fernando representa la visió més realista i sensata del planeta Mestalla. Ja no és un juvenil imberbe, sinó un dirigent amb comandament en plaça. Al seu costat, un exèrcit major. Possiblement 35.000 o 40.000 irreductibles que no deixaran sola a l'entitat. I una cosa fonamental: la certesa que el descens a segona en les dos o tres pròximes temporades és una possibilitat real a la vista dels números. Ja ningú s'enganya respecte d'això. I eixa possibilitat ajustada i gens complaent és la base del nou València. Per això, és tan important afrontar este cicle amb entusiasme, compromís i responsabilitat. S'acabaren els temps del triomfalisme fanfarró. I, malgrat tot, això no implica entregar-se al solatge funest del fatalisme o la melancolia. Tot al contrari. És hora d'assumir que necessitem un equip que en els pròxims anys garantisca la permanència sense renunciar a res. Compromís, entrega, humilitat i respecte. Amb Fernando al front serà més fàcil no perdre peu.

El més important: recuperar com més prompte millor l'impuls competitiu que ens faça tornar a tindre fam de glòria. En definitiva, preparar-se per al pitjor per a evitar el pitjor. O dita d'una altra manera: no fer-se massa il·lusions. Ahí, com sempre, comencen realment totes les il·lusions.


Últimes vesprades a Mestalla
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divendres, 20 de març del 2009

Le llamaban Zulú

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La historia del Zulú es la historia del viejo Yomus, aquella grada ácrata, gamberra y plural de los años 80'. El Zulú era un heavy de Burjassot. Un tipo carismático y singular. Alto, delgado, pálido, de melena ensortijada y tocha prominente. Venía a Mestalla en un vespino blanco, disfrazado de Rambo y cargado de banderas, muñequeras y todo tipo de abalorios valencianistas. Era barroco y tierno. De una ternura profunda y en ocasiones ingenua que pretendía ocultar con su disfraz hecho uniforme. No lo conseguía, y en las distancias cortas afloraba su verdadera personalidad: un niño grande. Un muy buen tío.

En aquellos tiempos difíciles donde el VCF languidecía, el Zulú era un islote de pasión y buen rollo. Inventaba canciones, arrastraba a sus fieles acólitos y enarbolaba la bandera del entusiasmo más sincero. Todo en él remitía a cierto surrealismo, como si la excentricidad lo hubiera elegido su representante en Mestalla. Era lo más parecido a una estrella de rock. Un icono de la general de pie atravesado por mil contradicciones. Humano: demasiado humano. Y siempre al quite. Todos le queríamos. Entre otras cosas, porque él se hacía querer.

Cuando el Valencia marcaba un gol se lanzaba desde el paravalanchas “calamariano” sobre la peña arremolinada al grito de MOSH. Por entonces, las avalanchas eran aludes de tarados en las que milagrosamente nunca pasaba nada. A veces, el Zulú rodaba 15 ó 20 filas abajo. "Se ha matao, se ha matao" gritaba el acólito de turno. En esas, aquel personaje tocado por el magnetismo del liderazgo natural emergía entre un amasijo de bufandas, banderas y petardos. Primero se oía su risa. Una risa contagiosa y expansiva. En cascada. Después veíamos su nariz. La mítica tocha enorme que él siempre comparaba con su polla. Porque el Zulú estaba muy pagado de su polla y de su éxito con las mujeres. No por guaperas, sino por su aura: ese halo que convierte en especial todo lo que toca. El Zulú.

Su año de gloria fue en segunda división, cuando una tropa de melenudos se hizo fuerte en las últimas filas del gol norte. El Tamama, Cheroki, Javi el Heavy, Sebas, Llargui, el Indio, Moncada, Auriculares, el Pirotécnic, Benito y los que sin ser heavies compartíamos escena: su primo Pere, Lino, el Culebro, Liante, Calavera, Pulmones, Tino, Mortadelo, Esponja... quizá fuera la temporada más divertida. La última en que la pólvora se desparramaba en la grada con absoluta libertad y aún se podía entrar de todo sin que la policía se tomara muy en serio el control.

El día del ascenso frente al Recreativo de Huelva el Zulú parecía un nuevo Mesías. Aquella noche, bajo la densa humareda provocada por decenas de tracas anudadas en un hueco central de la general comandado por el Berga y su lugarteniente el Bigotes, más otro buen puñado de bengalas distribuidas anárquicamente, el gol norte vivió una de sus jornadas más extremas y felices. Se hace difícil explicarlo desde la rigidez del presente pero las cosas eran así: caóticas, pelín salvajes, imprevisibles. Un barullo apasionante y colorista donde nadie ponía orden y todo estaba siempre a punto de estallar. Fue la última noche sin barrotes.

Tras el ascenso llegaron las prohibiciones. Primero las tracas, después las banderas y más tarde las bengalas. Ese corte motivó cambios. Y de alguna manera, el Zulú fue uno de los grandes damnificados. Todo jugó en contra. El nuevo clima de vigilancia, con la policía siempre encima y sus propias circunstancias familiares: tan peculiares como difíciles de afrontar para alguien como él. Poco a poco fue espaciando sus visitas a Mestalla. Y sólo algunos años después, con motivo de la final de copa contra el Depor, volvió a sacar las viejas pinturas de guerra. Prometió sacarse el pase para la temporada 95-96, ya en el Gol Gran, pero no hubo opción. Dos semanas después de la famosa final del agua un accidente de coche lo dejó en la cuneta. Sólo tenía 28 años.

En cada título, en cada momento de gloria vivido en los últimos años nunca he dejado de pensar en lo feliz que hubiera sido aquel heavy único y singular al que todo el mundo llamaba Zulú. Para los más íntimos, José Luis.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dimecres, 18 de març del 2009

Manifiesto de la Tertulia Torino en el 90º aniversario del Valencia CF

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"Últimes vesprades a Mestalla" vol afegir-se a la celebració del 90 aniversari del nostre Club fent-nos ressò del manifest que la Tertulia Torino ha publicat en esta data, i ens sumem a la crida a la responsabilitat i la unió que proclama.

El Valencia CF cumple hoy noventa años. El 18 de marzo de 1919 se fundó en el desaparecido Bar Torino ubicado en el corazón del “Cap i Casal” una sociedad deportiva que cuenta en la actualidad con el apoyo entusiasta y el respaldo incondicional de miles de seguidores. Desde sus inicios, el club valencianista logró ganarse el afecto de numerosos aficionados que, con el transcurso de los años, transmitieron su sentimiento de amor y cariño a las siguientes generaciones que han tomado el relevo hasta nuestros días. Al volver la vista atrás se impone el emocionado reconocimiento a aquellos precursores que con un enorme sacrificio personal contribuyeron a que el Valencia pudiera salir adelante en sus primeros años de existencia. Sin su decidido entusiasmo y sin su labor abnegada, la entidad no habría sido lo que, con el paso del tiempo, ha llegado a ser en la actualidad: uno de los grandes referentes del fútbol que trasciende fronteras.

El Valencia nació como un sentimiento deportivo a principios del siglo XX cuando el fútbol era una pasión incipiente. No tardó demasiado en ganar adeptos para su causa y en extenderse como un fenómeno social de primer orden. El club valencianista no fue ajeno a este movimiento imparable y supo, en todo momento, situarse en la vanguardia. La Historia del Valencia demuestra su protagonismo creciente a lo largo de las décadas desde su nacimiento. Tampoco se puede obviar la dimensión cívica del club que ha traspasado los límites estrictamente deportivos. Los inevitables avatares del fútbol también han provocado en estos noventa años de vida la alternancia de situaciones: se han vivido etapas fecundas en las que se han logrado numerosos éxitos y, también, ha habido sinsabores y amargas experiencias, algo inherente al deporte, pero el valencianismo siempre ha sabido sobreponerse con entereza y salir adelante con renovadas energías.

Desde los épicos inicios en el desaparecido campo de Algirós hasta llegar a nuestro entrañable Mestalla, el Valencia no ha cesado de crecer. Una prueba palpable del arraigo de la entidad que mantiene sólidas sus raíces. Esta efeméride que hoy celebramos gozosos coincide en el tiempo con un momento crucial para nuestro querido Valencia CF. La entidad no goza de la estabilidad institucional necesaria para vivir un presente sosegado y para poder encarar el futuro con garantías. No es por desgracia una novedad. En realidad, desde su forzada transformación en sociedad anónima deportiva, el club ha padecido todo tipo de intrigas y de luchas intestinas que han perjudicado sus legítimos intereses y han afectado su buena imagen. El Valencia es una institución alterada por un constante movimiento especulativo que margina y olvida su verdadera esencia: la de la identificación incondicional de miles de personas de la más variada condición que sienten el club como algo propio, que forma parte importante de sus vidas desde lo más hondo de sus corazones.

Sabemos perfectamente que en la época que nos ha tocado vivir adquieren prioridad algunos valores alejados de los vigentes en aquellos lejanos tiempos del nacimiento del Valencia FC, esa era su denominación original, pero por eso más que nunca se hace necesario ahora defender el espíritu fundacional del club adaptándolo a la realidad del presente pero sin quebrar el sueño legítimo de los valencianistas. Al sentimiento no se le puede imponer el silencio ni tampoco límites. Por ello queremos compartir con la opinión pública esta reflexión en voz alta en una fecha tan relevante y hacer un llamamiento para preservar el buen nombre del Valencia CF y garantizar su futuro. Este es un día entrañable en el que se mezclan la nostalgia por los recuerdos vividos y la esperanza de luchar por un porvenir a salvo de los peligros que se ciernen sobre la entidad. No son figuraciones imaginadas, se constata que el club está amenazado por una grave crisis financiera. Nos estimula vencerla con el empecinamiento de los utópicos. Consideramos que el club es nuestro, de todos los valencianistas, una propiedad legítima que va más allá del sometimiento a una ley que se ha demostrado nefasta.

A quienes dirigen el Valencia en la actualidad, a quienes tienen una responsabilidad de manera directa o indirecta en el devenir de la entidad, les pedimos con todo el respeto el mejor gobierno, la máxima transparencia en la gestión y toda la eficacia posible en sus acciones. Puede que se hayan de adoptar medidas traumáticas y antipopulares, pero eso no ha de implicar una renuncia a luchar por el lugar que le corresponde al club, siempre entre los mejores, condición ganada con gran esfuerzo a lo largo de los años. Los valencianistas estaremos siempre a su lado y no les daremos nunca la espalda pero, a su vez, apelamos al compromiso contraído por quienes tienen el privilegio de dirigir los pasos del Valencia para que antepongan siempre el bien común. Esa es su obligación. No están solos. El valencianismo ya ha demostrado en tiempos difíciles su madurez y capacidad sacrificio, sin los cuales habría sido imposible superar momentos de extrema dificultad. En este momento tan complicado hacemos una llamada a la unidad de todos los valencianistas, es la hora de cerrar filas, la entidad está por encima de personalismos. Esa es la fuerza del Valencia que nos permite mantener, a pesar de las adversidades, intacta la ilusión por nuestros amados colores.

Amunt València per sempre!


Tertulia Torino

La Tertulia Torino està integrada per Alfonso Gil, Antonio Birlanga, Antonio Egea, Aurelio Martinez, Carlos Pascual, Félix Crespo, Héctor Villalba, Ismael Quintanilla, Joaquín Martínez, José Emilio Cervera, José Luis Zaragozá, José Mª Tomás, Joserra Garcia-Fuster, Pablo Salazar, Paco Lloret, Pep Doménech, Vicente Ferrer i Vicente Montesinos.
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dilluns, 16 de març del 2009

I es va fer la llum (17.03.1959)

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Perquè el València fóra el València de manera definitiva va fer falta que s'encenguera la llum a Mestalla. D'eixa manera, el club va assumir com propi el caràcter noctàmbul i fester de bona part de la seua tropa. Va ser fa 50 anys, el 17 de març de 1959 i l'efemèride va servir al mateix temps per a celebrar amb tots els luxes el 40 aniversari de l'entitat. Fins a eixe moment, la realitat gojosa del gran Mestalla i l'espenta cèlebre dels jugadors de la pedrera van sostindre en alt el mite del rat penat. Però en essència, la segona mitat de la dècada havia deixat en l'aire cert decaïment esportiu. Ja no era l'allau de títols dels anys 40' ni les finals es repetien de manera constant. No obstant això, el club va saber mantindre el to amb gran enteresa, fidel al seu propi pla. Amb un caràcter definit.
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La llum li va donar a Mestalla el plus de gran recinte. Però també li va subministrar a la societat bona part de la seua metafísica moderna. Una successió de xicotets ritus col•laterals sense els quals és impossible comprendre l'aura de magnetisme i electricitat que va generar l'esdeveniment: futbol en horaris intempestius, sopars de cabasset en els bars dels voltants i la posterior i simptomàtica presència de whiskeries en les rodalies. Una atmosfera, un escenari, una manera de viure.
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Potser per a llavors el món i la glòria estigueren ja lluny de València i Mestalla, però és evident que no passava el mateix amb la vida. La vida tenia arguments i estímuls per a no passar de llarg en la seua trobada amb Mestalla. D'eixa trobada va nàixer l'idil•li que va fer del nostre camp un dels més admirats del planeta futbol. No per la sonoritat dels seguidors, ni per la major o menor potència del València de torn. Més bé per l'atmosfera, el clima, la ubicació, les sensacions. Engrunsat per brises i hortes, a la lluna de València. Amb ambient de cafeteria ambulant i bareto de mercat. Un plaça popular i de moral relaxada. Pur malbaratament sensual.
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Sens dubte, el futbol nocturn va ser un èxit sense precedents en aquella ciutat de rostre provincià. D'eixa evidència van nàixer senyes d'identitat i triomfs esportius. Els 60' van significar l'eclosió de les competicions europees, on el València va tindre un paper preponderant i capital, amb tres finals consecutives en la Copa de Ciutats en Fires. Eixe impuls li va servir al club per a renovar i modernitzar el seu discurs, però també per a aprofundir en el paper de Mestalla com a emblema urbà cada vegada més present en el pla de la ciutat. El trofeu Taronja va ser una conseqüència més. Futbol i nit. Horaris de discoteca que només s'entenien a València. Eixos horaris que li van donar al club una dimensió pròpia i distinta. Les cèlebres 22'30. Partits que començaven dissabte i acabaven diumenge per a desconcert de rivals i periodistes. Partits que generaven una complicitat singular entre equip i afició. Un ambient made in Mestalla. Desenes de nits europees. Desenes d'eliminatòries coperes. I la certesa que la institució va construir a Europa bona part del seu prestigi. No gratuïtament, es tracta del tercer club espanyol amb millor palmarés europeu en títols i partits jugats.
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Des de llavors, l'estètica d'au nocturna i poc convencional ha guiat bona part del relat no oficial de l'entitat. Per alguna cosa, l'animal totèmic de l'escut és un rata penada. La nit, salta a la vista, mai ens va confondre.
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Últimes vesprades a Mestalla
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divendres, 13 de març del 2009

Banqueta visitant. RC Recreativo de Huelva

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El Decano tomará San Villasburgo

Importa no estar dormido
Tirso de Molina. Burlador

Al llegar a casa paso por el jardín junto al azulejo rajado de aquíviveunodelrecre y al banderín del Atleti. Él está esperando en pijama con la pelota en la mano, un pañuelo en la garganta y la alfombra del salón sin arrugar para dar unos toques. Es un poco tarde y hace frío para jugar afuera entre arriates de geranios y belladonas. Llego cansado del trabajo pero me gusta este ratito. Le digo que este sábado nos toca el Valencia (lo veremos en el brasero) y me pregunta que quien querrá Uberto que gane mientras ya jugando él es Villa (y pone cara de estar muy concentrado, como cuando colorea de amarillo el círculo del sol para no salirse) y yo pienso quien soy al ponerme las babuchas. Hoy yo soy Camuñas y Uberto Stábile es un vecino poeta valenciano que prepara un guacamole que ya querrían los ahoritas. Los triangulitos de la alfombra hacen de porterías y cuatro pinzas de la ropa de banderines de córner. No ni ná, vaya golazo que me ha metido Villa. La pelota roza la oreja de su madre que al devolverla con cara de aficionada energuménica (árbitro cabrón) mueve su sillón y arruga un poco la portería y el área de mi Recre mientras el pequeñajo se va corriendo con alegría feroz a la cocina cantando gooool y remueve el cajón de los cubiertos con sonido de semanasanta y de fallas que animan a la lavadora a cambiar de humor y hace ruidos como gritos de cohetes en las gradas del Luis Casanova (¿o Mestalla?). A mi hijo (¿tú también te llamas Carlos como yo?) lo que más le gusta del Valencia, aparte de Villa, es el escudo chulísimo, su pegatina favorita entre los escudos que colecciona de las bolsas de pipas saladas que me paso pelándole (y también pelándome de frío) cuando vemos al Recre en el Colombino. A mí también siempre me irradió simpatía ese escudo con el murciélago que parece un dragón. ¿Y quién querrá que gane Lauri? Lauri es su tío valenciano que se gana la vida de heladero artesano en Málaga y hace los mejores helados de mantecao de Tartesos. Ahora él es Silva y yo soy, un suponer, Colunga, pimpollo de Villa, que se va por la banda izquierda regateando las figuritas geométricas de la alfombra y dejando flequillos de césped antes de chutar a lo Alzugaray y empatar el partido. La ha clavado por la escuadra derecha, por el mismo sitio donde mi cartel del Trofeo Colombino del 72 tiene un ángulo suelto despegado de la pared del sótano. Fue mi primer Colombino en el viejo Estadio Municipal: Fluminenense, Slovan de Bratislava, Atlético de Madrid y Valencia FC. Desde ese momento soy colchonero y he visto esa preciosa Carabela de Plata en sus vitrinas. Mientras me pilla distraído mi hijo saca rápido (nos vamos calentando) y al intentar una bicicleta le pego una rasquilla (fue sin querer) y Villa sufre una torcedura de tobillo. Jeje, me río con regodeo y con esa emotividad tan sucia del fútbol y él se cabrea (ajá, con que así, ¿no?) y la Guruceta se quita del pelo una horquilla roja y me saca tarjeta (escucho el pitido de llamadas perdidas en el blackberry) y deja al Valencia con “numerioridad supérica” en homenaje al ex jugador-comentarista-vecino de Puntumbría Poli Rincón. Y pita el final de la primera parte y nos ponemos a merendar mandarinas y chocolate. Me pregunto si también en Mestalla (¿o en el Luis Casanova?) la barra del bar en el descanso está tan llena de gente para pedir una cerveza y un pepito de lomo. Siempre me pierdo los últimos minutos de la primera parte para no coger cola. Aprovechamos para comentar lo que va del partido y me pregunta que cuándo iremos a ver a jugar al Recre al campo del Valencia y le digo que sin falta el año que viene, que seguro que el Recre sigue en Primera. Y le hablo de un pelúo fantástico que se llamaba Kempes y de Tendillo (sólo me gustaba asiasí) y del Lobo Diarte y de los ricitos de pachorra elegante de Solsona y de Botubot y de Subirats y de Sempere (le cuento de pe a pa que vi en directo y adormilado por la biodramina machacada con azúcar para no marearme en el autobús y empapao por la lluvia y el viento que dejó el paraguas como un murciélago roto, pues eso, le contaba como ese portero le paraba a Zambrano un penalti en un partido de Copa del Rey) y de ese alemán Bonhof que me salió repetido un montón de veces y nos vamos abajo y encontramos mi viejo álbum de cromos. ¿Seré yo más viejo ahora que esos jugadores? Atizada su curiosidad infantil, quiere ver también las del Recre y entonces le enseño estampas de fotomatón de los guarros Isabelo y Sivianes, de Lapi (clavao al pequeño de los hermanos Calatrava), el mejor extremo de la historia del Recre, del gordito de Lora (y le cuento cómo en un partido entró y salió quemao a los diez minutos en una segunda parte) y del espárrago de Espárrago. Recuerdo que en el maletín me esperan tres informes obesos que están pendientes de revisar (qué fastidio, mañana sin falta me ocuparé de esos asuntos) y subimos al salón y nos encontramos a mi hija tumbada en el centro ajedrezado del campo haciendo sus tareas. Con la ayuda del árbitro y algunos puntapiés cariñosos la devolvemos a su sofátribuna entre la algarabía de su hermano. Me doy cuenta de que hay un foco del estadio que tiene una bombilla fundida (bueno, mañana me pasaré por el Leroy) . Comienza la segunda parte y ahora él es Kempes y yo soy Lapi. Mi equipo, con uno menos, nota el desgaste de la primera parte y de lo de antes de la primera parte (ha ganado estómago y calva y papada y chifladura y arrugas de alfombra) y quiere que el partido acabe ya. En la siguiente jugada, junto a los flecos del córner (yo creo que la pelota ha salido joder) Kempes me pega un codazo y me deja un arañazo. Le protesto airadamente a la árbitro (que esas uñas hay que cortarlas ya, que a la cama temprano ya con el jodío niño de padres viejos, que está cegata coño que la pelota había salido) pero ni pío enfrascada en la tele con el rosco final de pasapalabra. Dejo de protestar y sigo jugando no vaya a ser que se quite la otra horquilla. Aprovechando el barullo el pelúo tunante con nariz goteante griposilla (pero sólo treinta y seis y ocho) se enjuga el sudor y los mocos con la manga del pijama y de repente pega un chutazo, visto y no visto, y dice que ha sido gol claro que yo no veo como suele ocurrirme en el campo y me quedo pasmao como esperando la repetición que no podré ver hasta llegar a casa. Prefiero no protestar el gol, pongo cara de sauce llorón por perder en el último minuto, le digo que ha tenido una suerte del copón y él me da un beso siesquereresmumalopapá y yo le levanto bichoniño por los sobacos cosquilleros y le despeino con una caricia a contrapelo que sabe que significa que por hoy ya está bien. Antes de marcharse con el árbitro-mamaíta a la cama le han entrado ganas de hacer caca y yo me acuerdo noséporqué del hotel ché Inglés. Mientras va subiendo a su habitación cantando oeoeoé, a mí me toca tirar de la cadena. HastamañanasiDiosquie… re, buenasno…ché, le conceden sus hermanos que se adelante a contestar el primero. Se ha quedao frito en un plisplás. El árbitro (qué bien le sale el choco a la plancha) y yo (qué bien pongo la mesa y traigo el pan de la despensa) vamos a cenar. Está a punto de empezar House. Hinchando: viva er fúmbol.


Carlos Fernández
Socio del RC Recreativo de Huelva
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dimecres, 11 de març del 2009

Eduardo Cubells: de Cucala a Pelé en Mestalla

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Hubo una ciudad que soñaba con otra ciudad, más allá del río y de los puentes. Había otra ciudad que miraba cómo la ciudad se desbordaba desde el centro histórico hacia retículas y ensanches burgueses. La ciudad que creció con la Alameda, el camino de la Soledad, los cuarteles militares, el cuartel de la Guardia Civil, la Estación del Tren de Aragón, el camino de Peñarroja o el camino de Algirós. Una ciudad de pequeños huertos, de trabajadores ferroviarios, un mundo de casas cosidas a los caminos de Moncada, de Alboraia, un horizonte de corrales, palmeras e higueras jalonando los caminos, olor a geranios y acequias, de pilluelos sin clases, de casinos republicanos, de procesiones a la virgen, de olor a caballerías y perros ladrando en la noche, de pícaros en tabernas… La ciudad que comenzó a hacer deporte, atendió el ocio y comenzó a imaginar otra manera de vivir. La trayectoria y méritos en los sesenta y cuatro años de la vida de Eduardo Cubells Ridaura reflejan con mayor claridad que ninguna, de qué manera se incorpora el deporte a la ciudad; cómo el Valencia FC se convierte en símbolo representativo, y de qué manera un espectáculo atlético que en 1909 apenas congregó un par de centenares de espectadores, cincuenta años después, en 1959, acogía a más de cincuenta mil para ver jugar a Pelé en Mestalla, en el Trofeo Naranja.

Cubells nace con el siglo, en 1900, y en Algirós. Entre los muelles y las vías de la Estación de Aragón, caminos entre la huerta, fábricas y talleres. Más allá del río Turia, cuando ni siquiera existía el puente de Aragón, ni la fábrica de Tabacalera, ni la Exposición. Sus padres tenían una tienda de ultramarinos, una botigueta, la clásica tienda de coloniales, comestibles y ultramarinos que yo he llegado a conocer, con productos de todas clases, lugar de reunión, cafetín improvisado, ese lugar en el que los obreros y menestrales llenaban el bocadillo de mezcla y servían vino, aceite y tantas otras cosas. Personas conocidas y acomodadas en el barrio de Algirós, y un niño imitando con una pelota de trapo a los ingleses practicando el fútbol en un descampado.

Ese niño es protagonista privilegiado de todas las etapas del deporte y del fútbol en Valencia. Asiste con nueve años a los partidos de exhibición en la Exposición Regional de 1909. Se entrena viendo jugar a unos ingleses que practican el fútbol en una explanada junto a su casa. Estudia en los Hermanos Maristas, y va pasando al fútbol, al Hispania, al Rat-Penat, a ese Valencia primitivo que ya existía desde antes de la fundación final en 1919, y del Deportivo Español al Valencia FC.

Con 16 años se marcha a Madrid para opositar a Correos y pasa allí catorce meses de abandono del fútbol y tentación taurina. Contempló los primeros partidos, y sus sucesivas elecciones le llevaron al equipo que acabaría por concitar la representación del futbol valenciano. Sin embargo, fue Amador Sanchis, Seg. el cronista deportivo del Diario de Valencia, presidente del Gimnástico P.J.O. el que lo aparta de las plazas de toros.

Y como la propia supremacía futbolística en la ciudad, Cubells sigue ese itinerario hasta llegar al Valencia FC y en ese lugar conseguir sus mejores triunfos como interior derecha. Pasa a jugar en Sevilla con Kinké, marcando incluso dos goles al Betis, en un partido memorable. Pero Cubells volvería pronto a Valencia. Científico, creador de la escuela levantina de fútbol, popular, modelo de padre de familia, ejemplar, inspirador de simpatía dentro y fuera del campo, valenciano de pura cepa, simpático, afable y atento. Todos esos adjetivos se dedican a Cubells, aunque los principales serán los que lo identifican con los primeros atisbos de gloria y fama para una manera de entender el fútbol, la de Valencia, que en las dos primeras décadas asistía a una leyenda negra.
Eduardo Cubells, enamorado del fútbol y del Valencia, alérgico al profesionalismo, siempre entendió sus triunfos como una compensación colectiva para el fútbol valenciano. Eduardo Cubells será el primer jugador del Valencia al que se dedica un monográfico, dentro de la colección Los “Ases” del fútbol, editado por el semanario La Jornada Deportiva. Y en ella se destacaba como resumen de Cubells: “Dio vida al Deporte, hizo una afición y formó un once fuerte, todo ello debe la región a Cubells”.

Cucala se debate, como la propia sociedad, entre los toros y el fútbol. Fue una decisión difícil ya que, en dos ocasiones al menos se apartó del campo de fútbol para Una sociedad que en las Fallas de 1923 dedica once monumentos al debate entre los dos espectáculos, y que glosa el auge del deporte como causa de la muerte de los toros. “Desde Pekín a Museros, está ple de futboleros”, denunciaba la Falla Borrull-Socorro. “El futbol está en la gloria; lo demés… pasá a la historia”, en la comisión de las calles En Sanz-Gracia, era el lema similar al de la calle Ciscar, “El futbolista Pelaes, guaña els dinés a pataes”. O en el mercado de Mossén Sorell, “El futbol guaña la copa. Ya el tenim hasta en la sopa!” En Convento Jerusalén la muerte de la tauromaquia a manos de los deportistas, “Per culpa dels futboleros, s’en van a pacte els toreros”, y en la Plaza del Pilar-Torno del Hospital, “el futbolista Bresquilla li dona al bou la puntilla”… Y hasta once monumentos dedicados al mismo tema.

Ese mundo es el que transita Cubells, como “creador de la escuela de fútbol” valenciana, llegando a ser en realidad el último de los jugadores románticos, a los que no llega el profesionalismo, a los que no llega el entrenador. Cubells en el primer campo, Cubells en la primera internacionalidad del club, Cubells en la primera victoria ante un equipo extranjero, Cubells en la primera eliminatoria de Copa ante el Sporting, Cubells en enero de 1924, cuando el club hace oficial su bandera y el primitivo himno del club, porta el estandarte en Mestalla, y es su propio hijo Pepito el que efectúa el saque de honor.

Con ocasión de su debut con la selección española, el 1 de mayo de 1925 la revista Gran Vida de Madrid le dedicaba una entrevista realizada por su corresponsal Ángel Ezcurra. Ezcurra explica la internacionalidad de Cubells como un premio para la región, con un desarrollo progresivo de su fútbol, en el debate que sobre su supremacía pelean el Valencia FC frente al “animoso club del Puerto”, el Levante FC, y frente a los “bravos voluntariosos” del Gimnástico FC.

Todo en la entrevista rezuma la generosidad de un Eduardo Cubells, alegre por su internacionalidad, pero triste por la fama del fútbol valenciano:

(…) es mi pena punzante y continua porque no cejan nuestros seculares enemigos en desacreditar al público valenciano, tan correcto y hospitalario como el que más”.

Todas las historias del Valencia se han detenido en el supuesto debate entre montistas y cubellistas, cuando lo cierto es que en la misma entrevista Cubells, generoso, aseguraba que “nuestro Montes es el mejor delantero centro de España”.

El propio Ángel Ezcurra se queda desconcertado ante esa afirmación que desmiente esa rivalidad hostil entre partidarios de Montes y Cubells. Incorporado al mundo del amateurismo marrón, al profesionalismo más o menos clandestino, Cubells es el legendario jugador presente en la bendición de la bandera, junto con su hijo Pepito Cubells, realizando el saque de honor en el partido contra el Júpiter, y legando una de las imágenes más singulares de la historia del Valencia FC.

La presencia de Luís Colina y Eduardo Cubells explican la transición a un Valencia cuya pujanza de los años 30 no encuentra interrupción durante la guerra ni en la postguerra. Son las personas las que explican nuestra supervivencia, y el tránsito entre aquel fútbol amateur y el fútbol de los primeros títulos. Se vinculó rápidamente al club, incluso en la guerra con la incautación, como secretario técnico, y como entrenador consiguió el segundo título de Liga. Incluso casi llegó a ser el que fichara a Pelé para el Valencia en 1959.

En una gira por Brasil, Cubells disponía de los fondos para fichajes facilitados por don Luis Casanova, y estuvo a punto de fichar al joven jugador del Santos, Edson Arantes do Nascimento, Pelé. Un Pelé de 16 años, descartado por prudencia por el internacional brasileño Walter, interior zurdo del Vasco de Gama.

Walter y Pelé en Mestalla, en aquel memorable Trofeo Naranja. Cincuenta años después de los primeros partidos de la Gran Pista de la Exposición, la labor del gran Cubells en el club se hizo evidente, dando la razón a aquella decisión que tomó en su juventud, y que declaraba en público solemnemente en el año 1924: “Finalmente no me acuerdo de los toros ni toreros, soy hasta que me lo permitan las fuerzas, futbolista”.

Hasta el 13 de marzo de 1964.

Miquel Nadal Tárrega
Socio del Valencia CF
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Eduardo Cubells, la primera gran figura del València

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En esta segona entrega de l'homenatge a Eduardo Cubells volem mostrar la transcendència que la seua figura va tindre en el seu temps, i pensem que una bona manera de fer-ho és mitjançant documents de l'època, com ara cromos, revistes monogràfiques, caricatures... L'elecció del material no és casual: es tracta de suports mediàtics que encara hui tenen vigència, aspecte que ve a destacar allò que argumentàvem ahir al voltant de la modernitat del València FC representada per, probablement, el seu futbolista més estimat.


Últimes vesprades a Mestalla
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dimarts, 10 de març del 2009

L’esperit d'un temps: la figura d'Eduardo Cubells

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Esta setmana es produïx l'efemèride de la mort d'Eduardo Cubells el 13 de març de 1964. Des d'”Últimes vesprades a Mestalla” volem retre homenatge a un personatge que personifica, juntament amb Montes, la irrupció del València FC en la consciencia dels valencians.

El seu cas és, possiblement, la més clara mostra de la voluntat de participar en la modernitat d'una jove institució, la qual adopta les formes i les maneres del seu temps amb decisió i entusiasme, participant activament del fenomen de l'eclosió de la cultura de masses, d'igual manera que en la mateixa època ho fan el cinema, el tennis, la boxa, el jazz o els esports a motor. No podem deixar de dir que la mateixa decisió d'adquirir un estadi propi, el camí que el club fa de d'Algirós a Mestalla, forma part d'eixe esperit plenament contemporani del València.

En els següents tres dies tractarem d'oferir una sèrie de documents que manifesten el que hem dit anteriorment i que es centren en la figura de Cubells com a exponent d'eixa voluntat del jove València de participar en els seus temps. Potser fixant-nos en el caràcter d'aquells pioners puguem retrobar un camí nou i segur en estos temps difícils.

Iniciem el recorregut amb un document especialment representatiu: l'entrevista que en maig de 1925 concedix Eduardo Montes a Gran Vida, una publicació que representa ben a les clares l'esperit d'un temps.

Volem agrair Miquel Nadal la documentació aportada.


Últimes vesprades a Mestalla








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dilluns, 9 de març del 2009

Tambor de lluvia

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Bate la lluvia contra la uralita,
deletrea su código primario,

su mensaje esencial:


yo soy la lluvia,
estoy lloviendo aquí, sobre vosotros,
estoy lavando el mundo en estas lágrimas.


Con su monomanía dicta mucho.

Dice más de la cuenta en cada gota...


(extraído del poema "Tambor de lluvia" de Carlos Marzal)



Acudir a Mestalla en tardes o noches lluviosas siempre tuvo un toque mágico. Un valor añadido más poético que material. El paradójico efecto de una intimidad sobrevenida, como si las cortinas de agua generaran un nuevo escenario, a medio camino entre las películas codificadas de canal plus y la monotonía de lluvia tras los cristales del aula.

Nosotros los mediterráneos somos así. La lluvia nos parece un acontecimiento reseñable. Y el fútbol embarrado un viaje a los orígenes. Esa fábula sobrevalorada: el mismo amor, la misma lluvia. Una oportunidad para profundizar en la distancia luminosa que nos aleja del mito y nos acerca al polvo del camino. Ya se sabe: ni inventamos el juego ni fuimos especialmente buenos hasta pasados muchos años. Complejos, por tanto, de tribu colonizada.

Todavía en ocasiones, el fútbol es tan sólo esa nostalgia de la lluvia. El hechizo del barro y las tribunas tatuadas de paraguas. Un paisaje remoto, intuido muy ocasionalmente en tardes tormentosas y grises de invierno. Un fútbol primitivo y directo. A la inglesa. Para espíritus curtidos.

Por pura escasez estadística los partidos lluviosos tienen epígrafe propio en el cajón de la memoria. Un inventario de chaparrones y tormentas, algunas goleadas inesperadas, la falsa sensación de que la lluvia forja el carácter de los equipos grandes. De ahí su prestigio. Un 5-1 al Hadyuc Split, un 3-0 al Bayern de Munich, miles y miles de rollos de papel higiénico echados a perder por el ímpetu del agua en la previa de un VCF-Barça, o un definitivo 2-0 al Betis con la última liga de Benitez a la vuelta de la esquina son sólo algunos ejemplos preclaros.

Pero más allá de los partidos pasados por agua están las noches de perros. Fundamentalmente dos: el Valencia-Salamanca de 1979 y el Valencia- Banik Ostrava de 1982. La primera fue un partido televisado en noche de domingo, el día que estrenábamos localidad a cubierto en el sector 5 tras la renovación de pases de enero. El optimismo de mi padre nos empujó al fin del mundo. "Hoy, que llueve, es el mejor día para estrenarnos". Ya empapados llegamos a Mestalla a trancas y barrancas. Los pasillos inundados, las gradas vacías. El estreno no pudo ser más desalentador. Justo en nuestras flamantes localidades de numerada cubierta una gotera inmensa nos obligó a ver el partido con paragüas. En el descanso volvimos a casa. De charco en charco, a merced de la marea que cubría las calles todavía a medio asfaltar. 0-0. Un partido infame, con Solsona pellizcando la pelota en medio del lodazal y Kuntakinte en la tele, justo después de acabar el suplicio.

La segunda noche tiene un recuerdo mucho más amargo. Mientras se jugaba llegaban noticias de la pantanada que se cernía sobre La Ribera. El partido fue además un continuo aviso sobre aviso: aquel inolvidable "preséntese en la puerta de autoridades". Curiosamente, Welz tuvo su mejor día como valencianista y selló su gran actuación con un gol en jugada poco ortodoxa. El gol que significaría la clasificación tras empate a cero en Checoslovaquia en aquella otra noche de equipaciones perdidas en los aeropuertos.

Pero sin duda, nada comparado con la regularidad pluvial de esta campaña. No sé qué dirán las estadísticas del centro meteorológico al respecto pero la penúltima temporada de Mestalla ya tiene nombre y apellidos: el año de la lluvia. Sólo falta Solsona y su fascinante toque de balón sobre las aguas. El tambor, que no pare.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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divendres, 6 de març del 2009

La segunda vez

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Me acuerdo mejor de la segunda vez que hice el amor que de la primera. Ya sé que no es normal, que los seres humanos guardan en su memoria, como vestigio de un pasado inocente, su primera vez como símbolo del día en que conocieron el sexo en la práctica. Pero a mí no me pasa. Pienso que la segunda vez reunió, junto al aura de lo desconocido, el propósito de enmienda de no cometer los mismos errores.

También recuerdo con mucha mayor nitidez la segunda vez que fui al Mestalla que la tarde de mi estreno como valencianista. De hecho, no sabría decir cuál fue el primer día que acudí a Mestalla ni he almacenado sensaciones que después me han vuelto a la mente con el paso de los años. Pero mi segunda vez permanece en los recovecos de mi cerebro como una experiencia iniciática. Yo tenía cinco años aquel 7 de abril de 1968 en que el Valencia jugaba contra el Espanyol. Mi abuelo, que era el corresponsal del diario ABC en Valencia, tenía que mandar una crónica del partido a Madrid y me ofreció a acompañarlo a la zona de prensa, en la parte alta de la tribuna de Mestalla. Allí, mientras él escribía, yo podía disfrutar tranquilamente del partido sin molestarlo. El Valencia perdió por 2-3, pese a que Vicente Guillot marcó dos goles. Yo estaba enfadado, pero no porque el Valencia hubiera perdido, sino por una razón mucho más prosaica: desde aquella zona reservada a los periodistas, no se veía al marcador.

El marcador de Mestalla era un artilugio francamente curioso. Estaba formado por dos filas de rectángulos de neón que se iluminaban de noche y en las que su encargado colocaba, en cada una de sus celdas, una letra negra con fondo transparente para formar los nombres de los equipos que se enfrentaban en el césped. La última celda rectangular estaba reservada a los guarismos, el número de goles que cada equipo marcaba, que era de color rojo. Después de cada gol, el tipo subía con un número gigante y lo sustituía por el inmediatamente inferior, un ritual que, a los ojos de un niño de cinco años, era fascinante. Aquel día, pese que Valencia y Espanyol había hecho trabajar en cinco ocasiones al encargado del marcador, no pude ver en toda la tarde ese momento mágico en el que, en lo alto de la grada del gol Xicotet, un hombre tenía capacidad para hacer oficial lo que sucedía unos metros más abajo.

Como es obvio, con los años aprendí que el marcador no era lo más importante de Mestalla. Pero mi fascinación por los paneles donde se reflejaba el resultado no cedió. En 1971, Mestalla inauguró un marcador con reloj, que medía el tiempo de juego, en lo que fue un hito de innovación técnica que ahora sólo produce una sonrisa. Antes de la aparición de ese artilugio, más bien pedestre, todo hay que decirlo, ya funcionaba el Marcador Simultáneo Dardo, una forma de seguir, de forma cifrada, lo que ocurría en otros campos. Las claves para leerlo se publicaban cada domingo en la prensa local, lo que provocaba que yo recortara ese anuncio cada día de partido para poder saber a qué encuentro correspondían los goles de Tervilor, Camisas Ike o Reloj Radiant. No era fácil, porque, pese a que el mecanismo parecía sencillo (cada clave se correspondía a un partido y su resultado), había una serie de signos incomprensibles que, de vez en cuando, señalaba aquel cabalístico marcador: un punto rojo indicaba que el árbitro había pitado un penalti en contra o unas franjas rojas y blancas, que había habido una avería telefónica que impedía actualizar los resultados.

En 1982, con el Mundial, llegó el videomarcador, un invento moderno que ya se podía ver en los campos europeos. Pero el caso es que no tenía demasiada gracia, excepto si te fijas en los anuncios que emite durante el descanso. He llegado a ver reclamos de puticlubs, de salas de masajes o de lugares en los que se ofrecen fiestas para celebrar la “pérdida de virginidad”. Pero nunca los goles del partido repetidos en pantalla grande ni las jugadas polémicas para poder ver lo mismo que quienes disfrutan del encuentro desde la comodidad de la butaca hogareña. Nunca he entendido ese derroche informático si no se corresponde con una novedad que aporte algo al espectador.

La verdad, yo prefería aquel viejo marcador de neones, tan simple y complejo a la vez, y, sobre todo, el momento mágico en que su encargado subía con el número en la mano por las angostas escaleras que llegaban a él y colocaba, triunfante, el número del gol que alguien acababa de anotar. Y más si se equivocaba de número o anulaban un gol. Entonces tenía que subir una segunda vez.


Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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dimecres, 4 de març del 2009

High Water Everywhere

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(Las aguas vienen crecidas por todos lados)

El hombre puso nombre a los animales. Dylan cantaba esta tonada en 1979, y aunque aquí fue un éxito, el profundo significado de su letra nunca fue comprendido. Tan limitado como el ser humano es, su incapacidad llega al extremo de tener que usar etiquetas y nombres para referirse a las cosas. Quizá en el jardín del Edén o en el ancestral Macondo, las cosas no tuvieran aún un nombre, tal vez en aquellos paraísos inocentes ni siquiera fuera necesario. Pero la caída en el pecado precipitó la necesidad del uso de nombres para poder, simplemente, vivir. Y si de limitaciones hablamos en lo relativo a la necesidad del ser humano de dar un nombre a los animales y a las cosas, ¿qué podríamos decir sobre los sentimientos? Mucho más resbaladizos y esquivos, éstos se resisten a ser nombrados, se escapan como el agua entre los finos orificios de un colador. Tan limitado como el ser humano es, la tozudez, esa corona de incierta belleza, adorna su comportamiento. Persevera aquel en su búsqueda y, a duras penas, acierta a reconocer ciertos rasgos comunes e identificables en los sentimientos de uno mismo y sus semejantes.

Llaman morriña en las tierras del noroeste a lo mismo que un poco más al sur y en ultramar denominan saudade. Un sentimiento complejo, recuerdo melancólico de una alegría ausente. Buceemos,sin más, en el mundo de la música negra americana, música hecha por esclavos a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestros oídos en forma de jazz y blues. En este último estilo y entre la población afroamericana “to have the blues” es sinónimo de estar absolutamente hundido emocionalmente. Casi siempre la causante es una mujer, aunque esto no tenga mayor importancia para nosotros, aquí y ahora. Con pleno conocimiento de nuestra incapacidad, la lengua inglesa acude al rescate y acuña el concepto “state of mind” para expresar el hondo deseo de estar en otro lugar y sentirse feliz en él, como ya ocurriera en tiempos añejos. No puedo negar que cuando llega el verano suele experimentar un profundo “New York state of mind”.

Limitado como soy, he buscado y rebuscado un modo de nombrar uno de mis sentimientos más dulces y extraños. Dulce por la plenitud y felicidad que me otorga, extraño por lo imprevisible de su aparición, muchas veces huyendo de mí cuánto más intento acercarme a él. Es el sentimiento que me conecta con una tradición antigua, con los colores blanco y negro, todo y nada, gritos, risas y silencios espectrales en las gradas del campo de mi equipo, sus victorias y derrotas. Así que limitado como soy, lo he dado en llamar “modo Mestalla”.

Hacía mucho tiempo que no estaba en modo Mestalla. 1979 quedaba ya tan lejos, una primera juventud olvidada y una nueva vida a pocos metros, jugando en el suelo con una pelota amarilla. Mi hijo no sabía que ese día me encontraba en modo Mestalla, el 24 de junio de 1995. Recuerdo un despertar agitado, una mañana ocupada en compras y juegos infantiles. Una siesta que nunca disfruté y una conexión absoluta con todo el universo valencianista. De Montes y Cubells a Mundo y Gorostiza. Quique subido al larguero, Roberto, Paquito, Waldo, Sol, Valdez, Claramunt, Kempes, Kempes, Kempes… El sonido de la radio y mi nerviosismo en aumento. Mi padre en Madrid, con su amigo de toda la vida Amalio, compinches de fútbol playero y vaya usted a saber de qué más, y mi madre sola en El Saler, escuchando la radio, como siempre. Intenté romper la tensión y me fui a verla. El corazón luchaba en cada sístole y diástole como un bregador centrocampista queriendo ganar el partido él solito. Nos sentamos en la mesa y hablamos de fútbol, el verdadero sostén de nuestra vida familiar, la argamasa que hacía que los ladrillos aún se mantuvieran juntos tras más de treinta años de matrimonio. Volví a casa, cené frugalmente y me dispuse a ver el partido. Nunca he sido capaz de conjugar el verbo disfrutar al referirme a un hecho tan deseado como ver al Valencia en una final. El partido se torció con el gol de Manjarín, pero la segunda parte fue nuestra, sobre todo en la segunda mitad de la misma, cuando ya bajo una lluvia impía Mijatovic equilibró el tanteo. Y fue en ese momento en el que, como si Charley Patton hubiera convertido su canción(*) en realidad mediante un sortilegio imposible, mi modo Mestalla se esfumó. Luego ya nada fue igual, no sé si el hecho de que mi modo Mestalla tomara las de Villadiego fue una premonición, pero lo tuvimos en la yema de los dedos y de alguna manera supe que nada saldría como habíamos deseado.

Desde aquel día he sido afortunado en la vida y mi modo Mestalla se ha hecho algo más dócil, ha vuelto a mí sin tantas reservas, me ha hecho vibrar y ser feliz como nunca hubiera sospechado. Como para darme por satisfecho. Aún así, limitado como soy, en lo más profundo de mi corazón deseo que vuelva a mí, sigiloso, en silencio, con orgullo y dignidad, dando la espalda a la semilla corruptible de la fatuidad, tocándome el corazón con sencillez y verdad.

Francisco García
Socio del Valencia CF

(*) Charley Patton fue un bluesman nacido en 1891 y muerto en 1934. Su tema más famoso High Water Everywhere fue grabado en 1929
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dilluns, 2 de març del 2009

Los sobres de azúcar dicen la verdad

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A Miquel Nadal. Con afecto sincero.

De todos los caminos que conducen a Mestalla me tocó el más sencillo. A sólo cinco minutos a pie. Bastaba con asomarse a la esquina de la calle Gorgos con Rubén Darío para ver el esqueleto de la grada en todo su esplendor. Así las cosas, crecí con un pie en Mestalla y otro en la ciudad, resultando imposible sustraerse al ritmo creciente del ambiente prepartido o al potente rumor del gol en aquellas tardes en que alguna inoportuna gripe me dejaba en cama. Ese vivir en Mestalla me fue otorgado sin hacer mérito alguno. Por eso, antes que vegetar narcotizado por la cercanía del tesoro, preferí asumir el hechizo con un plus de responsabilidad. Responsabilidad y agradecimiento, que ya en la adolescencia, despertó en mi una inusitada curiosidad por las distintas formas de llegar a Mestalla, como si la variable del itinerario explicara otro tipo de conductas y reacciones.

Pronto supe que la más habitual de las maneras era desde el otro lado del río. O desde más allá de las clásicas cruces que delimitan las fronteras de la ciudad moderna. Lo anómalo, más bien, era no cruzar ninguno para llegar al campo. Precisamente, de esa liturgia de cruzar puentes surgió la Valencia actual, en un mito visible que explica mejor que nadie Miquel Nadal en su necesario último libro, donde queda definida la presencia de Mestalla como estilete y avanzadilla de la ciudad vigente. Por otro lado, los testimonios de mi propia familia ahondaban en ese viaje desde la otra orilla. Así que durante algunas semanas me dediqué a la excéntrica tarea de acudir al fútbol desde todos los rincones vinculados a mis mayores. Desde Catarroja, Zapadores en Monteolivete, la calle Cuenca de Patraix, Tejedores en el Barrio Chino y Zurradores, a la sombra del Micalet. Trayectos en Vespa, viajes desde el pasado y una nómina de puentes: Real, Aragón, Angel Custodio y La Peineta de Calatrava, sustituto de la Pasarela del Justicia.

En cada uno de esos itinerarios intenté conformar algo más que el mero paseo hasta Mestalla. A tal efecto, creé una especie de alter-ego múltiple, con circunstancias variables y novelas en marcha según el punto de partida. De fondo, una vocación casi obsesiva por justificar racionalmente la pasión enfermiza. El protagonista: un aprendiz frustrado de Nani Moretti y Paul Auster. El equipaje: un Moleskine clandestino cargado de relatos sacudidos por el azar y el misterio. El objeto: la ciudad reinventada desde una mirada nada ceñida a los cánones habituales. Mirada popular, futbolizada, antiintelectual. La ciudad de un hincha. Esa novedad editorial: Aquí vivían los hermanos Bonora, allí la familia de Augusto Milego, en esa esquina abrió un bar la viuda de Walter. Toda una escenografía de placas imaginarias y retratos en piedra. Marmolismo urbano. Fútbol sin fútbol. El bar Torino.

Pese a ese esfuerzo disparatado por estar a la altura de mis mayores y sus vivencias, mi itinerario más metafísico llegó por sorpresa el día en que emulando a Vila-Matas me disfracé de burgués al otro lado del Ensanche. Americana de marca, zapatos Bay y gafas de sol. Comí en el Romeral, tomé café en Aquarium y a pie crucé el Turia por la pasarela peatonal del Mar. Lucía el impagable sol del membrillo y entre las manos se me fundía la felicidad. Sólo me faltó la victoria del Valencia. A cambio, pude saborear la frase leída un par de horas antes en un sobre de azúcar: 'Cruzar puentes es un acto filosófico'. En ese instante sinteticé todos los partidos en que, por vivir tan cerca del Templo, me había perdido el inmenso placer de salvar a pie el puente del Mar. De manera súbita hice mía la serenidad aristocrática de las gentes de tribuna y su estoicismo nada asilvestrado ante las adversidades deportivas. Comprendí de golpe que vivir junto a Mestalla me cegaba. Era otro hombre. Más sensato, menos impulsivo. Había dejado atrás mi disfraz de forofo iracundo.

Acepté que, más allá del tópico fusteriano de coger la vaca por los cojones, la filosofía era y es el acto de cruzar puentes camino de Mestalla. En tardes soleadas, en días tormentosos, en frías noches de invierno. Lejos, narrativamente lejos del relato decimonónico de la dos veces leal y su perfil más retratado durante cinco siglos. Pero cerca, infinitamente cerca, del sueño urbano de buscar nuevos horizontes al otro lado del río.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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