dilluns, 6 de desembre del 2010

Idolatría

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Las calles de Buenos Aires pertenecen a Maradona. El Diego. El 10. Paredes, escaparates, puestos de venta ambulantes, quioscos y la mente de los porteños son los altares de adoración de El Pelusa. El icono del modo de ser argentino hecho carne en la persona del gran jugador de fútbol. Un dios, el Zeus del panteón futbolístico. El fútbol, ese culto pagano de ritos precisos, conocidos, seguidos por millones de seres a lo largo de todo el planeta. Un culto que, como todos, no se entiende sin dioses, santos o mártires que lo sustancien y lo conviertan en realidad. Convirtiendo el pan y el vino de nuestros anodinos días en carne y sangre de vida digna de ser vivida.

Si algo hay en el mundo con la memoria más corta que un pez es el fútbol. Los malos resultados se esfuman sin dejar rastro ante una victoria, las tropelías de los dirigentes se minimizan u obvian si esos mismos dirigentes contratan a un crack, las leyes pueden ignorarse, cambiarse o reescribirse si benefician los intereses de nuestro equipo del alma. Igual ocurre con los jugadores que nos han hecho disfrutar, gritar extasiados un gol o asombrarnos con sus carreras, regates y pases imposibles. Cuando se van, cuando nos dejan por un mejor contrato o por caprichos de las leyes insondables del mercado, son olvidados rápidamente y sustituidos por un nuevo paradigma futbolístico, por un nuevo ídolo. O así suele ocurrir. Cuando Kempes tuvo que irse a River Plate, tras finalizar su primera etapa en el Valencia, me sentí mal. No me encontraba, no me entendía. Mestalla no me decía nada sin “El Matador” en el terreno de juego. No fui capaz de encontrar un nuevo héroe. El mío lo había sido tanto, significó tanto, lo quise tanto que una suerte de duelo presidió aquellas temporadas que vinieron. Temporadas irregulares, lidiando con el descenso, sin lugar en mi memoria. Me quedé sin santo al que rezarle y el santoral, amplio como era, no me podía consolar.

La temporada 2010-2011 me trae sensaciones familiares, ya vividas y no precisamente agradables. Las peanas están vacías. Los dioses han sido transferidos, aunque leo en la prensa que el nuevo dios se llama Mata y que Soldado es un santo al que se le puede rezar con confianza. Mi culto hacia Villa era intenso y me dio muchas alegrías. No sé si esa memoria, ligera como el pedo de una lagartija, que es inherente al fútbol se materializará en esta ocasión. Tal vez, Tino Costa nos haga olvidar a Baraja en un par de jornadas o Topal haga deseable la despedida del gran Albelda, incluso una racha goleadora de Soldado nos ponga tan contentos como unas pascuas; ojalá fuera así. Sabemos lo que nos espera, seguiremos apoyando al equipo, nuestro orgullo valencianista no se verá mermado, pero el templo de Mestalla, al menos para mí, tendrá hornacinas por llenar, los de los dioses y santos que hagan de nuestro rito futbolístico una verdadera profesión de fe. No puedo imaginar los muros de nuestras calles pintadas con la efigie de Unai Emery.


Francisco García
Socio del València CF
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diumenge, 28 de novembre del 2010

El conserje ilustrado

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A la memoria de don Enrique, alias "Spiderman"

Toda entidad con afán de trascendencia es siempre la síntesis de una dialéctica. O lo que es lo mismo, la espuma que resulta de poner en el mismo camino a Sancho Panza y a don Quijote. Ese trayecto lo perfiló mejor que nadie Cervantes y de un plumazo inventó la novela moderna. Todo lo que vino después no es más que la viruta de ese instante. El espíritu y la carne. Las ideas y la materia.

En Mestalla, ese debate subterráneo y alejado de los focos lo mantuvieron durante casi tres décadas dos secundarios de apariencia menor pero de enorme calado para el carácter del club. El utillero y el conserje. Españeta y don Enrique. Sancho y Quijote. Es evidente que ganó la materia, la anécdota, el chascarrillo, la moneda fundacional al aire. Y el mito populista y bonachón de Españeta absorbió el engima del club elegante, ilustrado y complejo hasta la neurosis que simbolizaba el inefable y sin embargo olvidado don Enrique, cuyo perfil merece, cuanto menos, un post. A fin de cuentas, lo más parecido que el Valencia CF ha tenido al mítico "Boot room" del Liverpool fue la garita donde cada tarde el conserje reunía a sus fieles, siempre encabezados por el no menos imprescindible Federico Blasco, fundador y primer presidente del Mestalla.

En el fondo, aquella garita de la puerta 3 de tribuna era como la taberna irlandesa a la que alude Jon Juaristi en "El Bucle melancólico", un lugar de místicos escuchando el relato de un iluminado. El iluminado, don Enrique. Los místicos, sus acólitos. Yo, el más joven. Lo paradójico: comprobar como el conserje del campo dominaba el arte de la retórica mucho mejor que todos los presidentes que ha tenido el club en los últimos 70 años. No exagero. Sus peroratas poseían el tono y la energía. Pero no al estilo fanfarrón y provinciano de los mantenedores falleros. Que va. Don Enrique era un socrático con un tesoro a cuestas: el don del relato. Y eso, a finales de los años 80', era todo cuanto el Valencia podía ofrecer a sus forofos más "lagrimitas".

Ya el físico resultaba determinante para explicar al personaje. Frente al boliche Españeta, don Enrique escenificaba las maneras del hidalgo. Alto, esbelto, calvo billar; con un rostro de billete de cien pesetas sosteniendo unas gafas redondas y ligeras. Siempre serio, siempre adusto. Y sin embargo, conversador infatigable e inteligente en su pequeño reducto de llaves y tejemanejes. Para un adolescente ávido de literatura valencianista, aquellas tardes fueron el mejor bautismo posible. No era la biblia de Hernández Perpiñà ni el fanatismo irreductible de mi padre. Era otra cosa. Un hilo de mística. Lo más parecido a la hipotética cultura de club que jamás tendrá el Valencia.

El hombre que todo lo sabía se mostraba desdeñoso con mitos vivientes y ausentes, como si él fuera en realidad el oráculo del club o el único garante de su supervivencia. Poco a poco supe que nada era casual. Se trataba de un Profesor mercantil jubilado, que en los años 70' había escrito encendidas soflamas en contra de Ros Casares bajo el pseudónimo de Spiderman. Una vez en la presidencia, Ramos Costa le ofreció trabajo en el club como pago a su lealtad mediática. Pero su carácter indómito le fue relegando hasta quedar poco más o menos que de conserje vespertino del campo de Mestalla, en cuyas entrañas fue acumulando años y manías. Muchas manías. Demasiadas. Quisquilloso y metódico como ningún otro funcionario de la casa. Cada noche, a eso de las nueve y tres minutos, sacaba una fiambrera con un tomate y una loncha de jamón de york. La frugalidad era su religión. De postre una manzana, que mondaba con una destreza envidiable. Había que verlo, un puto crack pelando manzanas. Chis chas chis chas. Una sola monda noche tras noche. Un prodigio que ni Arguiñano. Mientras cenaba, don Federico Blasco salía a echar un pis y yo me asomaba a la tribuna vacía. A veces se me saltaban las lágrimas de pura emoción. Era, ahora lo veo, el jodido becario del mestallismo ilustrado. Es decir, el último eslabón de una cadena inexistente. Allí, anestesiado por el verbo florido del conserje quijotesco y con el campo a solas bajo la penumbra de la noche, me sentía capaz de escribir pancarta tras pancarta hasta el pancartazo final.

Menos mal que a veces aparecía Españeta y su vibrante ejército de mindundis realistas. Otra tropa, otro Valencia. Borrachines, tartajas, puteros, escayolines. Menos mal, insisto. Y menos mal que suyo fue el poder y la gloria como el paso de los años acabó por demostrar para satisfacción de la mayoría y olvido del conserje ilustrado, que falleció poco antes de "la Edad de Oro" y sin que su nombre aparezca en google junto al del incombustible utillero. Poque cuando aquellas noches del Tuzonismo ochentero llegaba Sancho, digo Españeta, y le pedía la llave a don Quijote, digo a don Enrique para guardar la furgoneta, se establecía entre ambos un insólito y entrañable diálogo de besugos altamente significativo. Donde uno veía gigantes de mística y memoria, el otro sólo certificaba molinos de abanicos y pelucas. Sin duda, nunca como entonces se hizo tan visible el cáracter surrealista, berlanguiano y tragicómico del Valencia CF. Nunca como entonces quedó tan clara la metafísica ausente del amado y puto Valencia. Y ese, mi querida afición, es el argumento definitivo que nos ha mantenido en pie por encima del engorroso trámite que siempre es el fútbol. Sobre todo teniendo en cuenta que el jugador favorito de don Enrique por aquellos años era "Milikito" Tomás. Otro que tal.


Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dijous, 25 de novembre del 2010

Luís García Berlanga, aficionat del València CF

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Amb motiu de la desaparició del director de cinema Luís García Berlanga en este post oferim dos documents que tracten la seua vinculació amb el València CF. El primer d'ells és una entrevista publicada a la revista del club Val de VAC. El segon és la grabació del programa "A vivir que son dos días" de la Cadena SER, emés el 14 de novembre de 2010, on es fa un homenatge a la seua trajectòria profesional i on, a partir del minut 8:30, es conta una cosa memorable. Agraim Simón Alegre, Rafa Lahuerta i "un amigo de Gijón" l'obtenció d'este document...

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Últimes vesprades a Mestalla
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diumenge, 21 de novembre del 2010

Ja tenim equip

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El periodista i col·laborador habitual del nostre blog Paco Gisbert presenta el 22 de novembre de 2010 a les 19:00h en l'"Ámbito Cultural" de El Corte Inglés (5ena planta de l'Edifici Colón) el seu llibre "Ja tenim equip". Amb este motiu publiquem el següent text extret del blog de l'autor Un samaruc en la grada.


No me gustan los niños. De hecho no tengo hijos y, aunque colecciono sobrinos, tampoco he sido el típico tío plasta que los colma de atenciones. Estoy más cerca de Mr. Scrooge que de Hans Christian Andersen, lo cual, en el fondo, me parece muy sano. Pero hay una imagen que me conmueve: la de un niño acompañando a su padre al fútbol. La he visto cientos de veces en mi vida, con diferentes bufandas, camisetas y nacionalidades, pero cuando vuelve a mí, siempre por casualidad, no puedo evitar observar con mucho más detalle de lo habitual.

Me fascina esa imagen de ritual iniciático porque contiene la esencia de la vida. La forma más hermosa de retratar el enigma de la supervivencia humana. Los padres no transmiten a sus hijos conocimientos, ni experiencias porque, al fin y al cabo, sus vidas también son desastrosas. Transmiten pasiones. Pero pasiones reales. Un padre apasionado por el trabajo no engendrará necesariamente un hijo estajanovista, porque esa pasión es más falsa que una moneda de tres euros. está basada en la huida de una vida que no complace. Pero un padre hincha de un equipo de fútbol siempre tendrá un hijo que jamás abandonará la misma fe. Esa sí es una pasión verdadera.

Yo tuve la suerte de tener un padre que me transmitió esa pasión y, con ello, una forma de ver la vida. La vida, para alguien que ha mamado el valencianismo, es nunca darte cuenta de cuáles son tus límites, pensar que el cielo y el infierno están mucho más cercanos de lo que creemos.

Durante años quise escribir sobre esto. Lo hice, en pequeñas dosis, en artículos que publiqué en la Cartelera Turia, el diario El País y el blog de Últimes vesprades a Mestalla. Pero siempre albergué la secreta intención de escribir un libro sobre mi visión de la historia del Valencia. Un viaje a Argentina, hace más de nueve años, fue el causante de que esa idea fuera tomando forma en mi cabeza. En una librería de la calle Corrientes, en Buenos Aires, encontré un libro llamado "No te vayas, campeón", de Roberto Fontanarrosa. Aquella joya recorría medio siglo de fútbol argentino a través de los retratos literarios de los grandes campeones.

Pensé que aquel esquema se podría aplicar a un libro personal sobre el Valencia y, a comienzos de 2010, encontré a la gente de Carena, que se prestó a editarlo. De los ocho libros que he publicado, "Ja tenim equip" ha sido el único que no he escrito por encargo del editor, sino por gusto. Un verdadero gustazo, porque he escrito lo que me apetecía contar, a mi manera.


Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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dimecres, 17 de novembre del 2010

Un club berlanguiano

Article publicat al diari Levante-EMV el dia 15 de novembre de 2010.
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Grande entre los humildes, pobre entre los poderosos, el relato del Valencia es un lugar inexacto, una obra por definir. Ese es su encanto y la fuente de todos sus tormentos. Un caldo de cultivo exquisito para recrear situaciones como la presentación de la maqueta del futuro estadio. Un proyecto reducido a su pretenciosa puesta en escena, con políticos prestos a ejecutar planes urbanísticos a partir de los éxitos de un club de fútbol a cuyo gobierno se han aupado empresarios agigantados con la efervescente fiebre del ladrillo y con ansias de saciar la vanidad del reconocimiento social. Esa estampa evoca a "La escopeta nacional". La tétrica soledad de la inacabada mole de cemento del Nuevo Mestalla, que iba a situar al Valencia "en la Champions económica", se parece demasiado al final de 'Bienvenido Mister Marshall". Las películas que nunca dirigió Berlanga las protagonizó su equipo, al que siguió hasta sus últimos días. El Valencia, un Imperio Austrohúngaro en continua transformación, ha encontrado por fin su relato: es un club berlanguiano.


Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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dissabte, 6 de novembre del 2010

Prometo estarte agradecido

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Más vale tarde que nunca, por fin el valencianismo se ha aprestado a rendir los honores merecidos a Arturo Tuzón. Este sincero homenaje, cargado de recuerdos y reflexiones de máxima actualidad, puede tener un poso de formalismo necrológico para los aficionados que, por juventud, no vivieron sus mandatos. Sin embargo, los que nos iniciamos en la fe valencianista en el último lustro de los ochenta hemos experimentado con la muerte de Arturo una catarata de emociones que revive y reafirma los valores que auspiciaron nuestra militancia. Eso, y una sensación, aunque tenga que ser casi a título póstumo, de desagravio histórico.

Al final, también en el Valencia, siempre ganan los buenos.

No voy a ahondar en la indiscutible relevancia de los éxitos de la gestión de Tuzón, puesto que ya lo han hecho magníficamente en los últimos días nuestros mejores exponentes literarios. Mi aportación al homenaje, esa especie de deuda del corazón, es mi experiencia de esa época, poder contarla y exponer mis sensaciones a las generaciones venideras de valencianistas. La contribución de Tuzón no se puede entender desde la demagógica titulitis que padecemos, reverso superficial y hedonista de un fútbol cada vez más light, en el que el hincha, merced a sus propias renuncias, ha sido relegado a la condición de objeto decorativo. Porque restañar la herida de un descenso tirando de cantera y minimizando humillaciones supone el más valioso servicio que quizás haya disfrutado nuestro club. Si añadimos que tal empresa se acomete ante la deserción de esa plana mayor de próceres locales que bracean por hacerse hueco en palcos y celebraciones oficiales, nos percatamos también de su complejidad.

Arturo devolvió la autoestima a una generación de valencianistas deprimida tras la resaca que dejaron los logros y errores de la regencia de Ramos Costa y, junto a él, nos curtimos los que sólo conocíamos los triunfos pretéritos por relato ajeno o lectura de anales. Durante esas temporadas, injustamente devaluadas desde el prisma del sistema de competiciones europeas vigente y los títulos conseguidos en el nuevo siglo, los que perseveramos en nuestra pasión valencianista forjamos una irreductibilidad que es garantía de respeto no sólo a nuestros valores fundacionales sino también a las personas que, como Arturo Tuzón, los encarnaron.

Sufrimos y aprendimos a querer más al VCF con las debacles ante Karlsruhe y Nápoles, con las decepciones coperas de Mallorca y Zaragoza; vivimos confusos la mascarada roigista-romarista que secuestró el homenaje a Kempes y que supuso la sentencia aplazada del proyecto tuzonista; pero también disfrutamos como niños de cada partido en Mestalla, como si fuera el último, especialmente de las noches europeas y coperas, antes de que la saturación de partidos asociada al fútbol-negocio nos las presentara como un aliciente entre semana y no como un mero trámite a liquidar. Flipábamos con nuestros futbolistas, tan idolatrados y accesibles al mismo tiempo, y nos vanagloriábamos de los últimos onces denominación de origen autóctona que pisaron la pradera de Mestalla. También esperábamos con expectación esos fichajes que no llegaban ni para llenar páginas de periódicos ni a golpe de comisión, refuerzos seleccionados por auténticos y contrastados hombres de fútbol como Roberto Gil o Pasieguito. De la mano de Vicente Fayos, se potenció la vertebración del peñismo, fenómeno huérfano y decadente que en pocos años creció hasta alcanzar el centenar de colectivos a principios de los noventa y que a mediados de dicha década repercutiría en demostraciones de fuerza como las de la final copera del Bernabéu o el desenlace liguero de Balaídos.

Entre todos recuperamos el orgullo perdido e hicimos un VCF más nuestro y, por ende, más fuerte. Hasta que, como suele pasar por estos lares, desde Poniente nos impusieron la “fusión fría” de las SAD. Un impersonal epílogo administrativo que no borrará cada negativo de esa época que hemos guardado en el álbum de nuestras vivencias valencianistas. Ni la magistral autoridad del mítico Arias, ni aquellas sobrias presentaciones, ni la cátedra que sentó Fernando a base goles imposibles y proverbial señorío. Ni aquellas paredes de tiralíneas entre Quique, Arroyo y Eloy, ni los ingeniosos tifos de la General de Pie Norte, ni las pasionales celebraciones de Roberto. Como tampoco pasarán al olvido aquella fabulosa camiseta naranja, el himno extraoficial interpretado por Pastoret o los rituales gritos de “Lubo Lubo!”.

Referencias que evocan felices momentos de mi infancia, un remember que aún nos hace vibrar y que no nos cansaremos de rememorar.

Gracias Arturo, por ayudarnos a ser mejores valencianistas!


Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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dijous, 28 d’octubre del 2010

El triunfo del hombre tranquilo

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La muerte de don Arturo Tuzón hace al valencianismo estos días, por enésima vez, rendir honras fúnebres a uno de los protagonistas de su casi centenaria historia. No es para menos. Mesurado, capaz y correcto, comandó durante siete años una nave que consiguió salir de la tormenta para encaminarse hacia las soleadas playas de la bonaza económica y deportiva. Y es que aquel Valencia triste y quejumbroso que tocó fondo en el 86 tenía cierta vocación de terrorista suicida: los fastos recientes se habían consumido, dejando un rédito poco menos que alarmante: una deuda galopante y, lo que es más preocupante, la desbandada casi general de una afición cansada de los vaivenes políticos y deportivos del cambio de década, huérfana de héroes e instalada en la nunca apacible tierra de nadie, al límite del abismo.

Don Arturo tuvo las agallas de aparecer a la hora de los valientes, cuando pocos hubieran tomado el timón del barco errante, y supo, desde el pozo de la Segunda, reconciliar a la ciudad y a la afición con el club y hacer de la necesidad, virtud: aquel Valencia que inició el camino de la resurrección en Alzira en agosto del 86 contaba en su alineación con siete valencianos y dos mestallistas, jugadores que ofrecerían un rendimiento muy destacable a lo largo de toda la era Tuzón. La política de cantera, complementada con sensatos refuerzos, sería una constante a lo largo de su mandato, y, a falta de títulos, reportó a toda una generación de nuevos valencianistas, mi generación, un inolvidable primer once para el recuerdo: Ochotorena, Quique, Arias, Voro, Giner; Roberto, Arroyo, Tomás, Fernando, Eloy y Penev. Y varios escuderos de lujo: Sempere, Mendieta, Camarasa, Leonardo o Mijatovic, entre otros.

Más adelante llegarían los años convulsos que agriaron sus últimos tiempos como presidente: la conversión del club en Sociedad Anónima, la eclosión de una oposición más jaranera que efectiva, las vergonzantes goleadas europeas y una frustrante sensación de quedarse siempre a las puertas de los éxitos deportivos. La animadversión hacia aquel hombre frugal se convirtió en una constante casi diaria, jaleada por los voceros del supuesto progreso. Y don Arturo desertó de la primera línea con su habitual sentido común, mientras al doblar la esquina de la avenida de Suecia las tracas anunciaban la venida de la postmodernidad, el espectáculo y el gasto desmesurado.

El tiempo, que pone a todo y todos en su sitio, devolvió hace años a don Arturo al puesto que le corresponde en la historia del Valencia. Sus aciertos, a pesar de la cantinela de los duros y los fuegos de artificio de la era Roig, lo sitúan justamente entre los mejores gestores que han gobernado el club. Como muy lúcidamente apuntaba en estas mismas páginas Vicent Chilet, sin él, sin la base de sensatez y el saneamiento económico que aportó en sus años de mandato, no hubiera sido posible todo de lo que vino después, y quizá el Valencia de los grandes éxitos sería hoy una quimera. Es el mayor triunfo de aquel hombre tranquilo que, parafraseando a Rafa Lupión, recompuso el pulso del Valencia a base de su propio sudor y esfuerzo.


José Ricardo March
Socio del Valencia CF
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dilluns, 25 d’octubre del 2010

L'adéu a un gran senyor

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Arturo Tuzón ens ha deixat. La notícia ens ha sorprés i ens ha fet recordar eixos anys, no massa llunyans, on el futbol encara era sols esport, on els clubs eren sentiments i no accions, on els directius eren aficionats (amb major o menor fortuna i coneixements) i no professionals, on pel general se servia al club i no se servia del club, on els presidents i les seues directives eren escollides pels socis i no per les accions, on el València era CF i no SAD.

Arturo Tuzón era un home cabal, honest, respectuós amb els contraris, un autèntic sportmen en el sentit clàssic del terme, en definitiva una classe de directiu que ara estaria fora de lloc en el cada vegada més complex i impersonal món del futbol.
Gràcies per tot el que va fer pel nostre club i la nostra admiració i respecte per haver donat el pas endavant quan més difícil era fer-ho.
Descanse en pau, el president i la persona.

Respectuosament.


Josep A. Bosch
Soci i accionista del VCF

P.D.- Alguns diran que amb Arturo Tuzón el València CF no va aconseguir cap títol esportiu, s'equivoquen de totes. Amb ell, el nostre club va guanyar el campionat de Segona Divisió i l'ascens a la Primera, eixe modest triomf va ser fonamental per a la posterior història del nostre club.
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dissabte, 23 d’octubre del 2010

Arturo Tuzón, president del València CF (1986-1993). In memoriam.

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ultimes vesprades a Mestalla
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dimarts, 21 de setembre del 2010

El irrepetible C.D. Mestalla 1951/52, o “de la alegría al desencanto”

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CD Mestalla, temporada 1951/52: Izquierdo, Fuertes, Mir I, Moreno, Corberán, Bienvenido y Riera;
Segarra, Álvarez, Mir II, Ibáñez I y Pomar.

Nuestro querido Mestalla ascendió a la 2ª división la temporada 1947/48 y en su debut terminó en séptima posición. Era su Presidente D. Vicente Casanova (hermano de D. Luis Casanova), y secretario general Vicente Péris Lozar. Su equipamiento lo componía una camiseta blanca con ribetes azul claro en cuello y mangas, pantalón blanco y medias blancas con vuelta azul.

Ya en la temporada 1951/52 el equipo estaba entrenado por Carlos Iturraspe. Verdaderamente se encontró con unos mimbres idóneos y les dio el suficiente carácter y ambición para salir siempre a por la victoria sin especulación alguna. En las primeras jornadas había poca asistencia de público pues se jugaba los sábados a las 4 de la tarde, a veces con tiempo desagradable, lo que motivaba ver las gradas casi vacías. Cuando llovía nos pasábamos todos a la tribuna, con consentimiento de directiva y empleados y recuerdo la visita del Cartagena con una tromba de agua inmensa.

Pero a mitad del campeonato se animó la cosa; el CD Mestalla iba de los primeros y el insigne periodista de radio José Manuel Hernández Perpiñá influyó hasta conseguir que se estableciera una entrada infantil a 2 pesetas, lo que animó a la asistencia de chavales que hacían coro.

Al final se consiguió el segundo puesto del Grupo 2º (la 2ª división estaba constituida por dos Grupos), tras el campeón CD Málaga (ascenso directo) y delante del CD Alcoyano, tercero y que le dio derecho a participar en la liguilla de ascenso.

La liguilla atrajo a numerosísimo público, registrándose muy buenas entradas en cada partido y finalmente fue el vencedor, seguido del Real Sporting de Gijón y Racing de Santander.

Esta fue la puntuación final de la Liguilla de promoción de ascenso de 2ª a 1ª división, temporada 1951/52:



J G E P GF GC Puntos
1 CD Mestalla 10 5 4 1 27 10 14
2 Real Sp.Gijón 10 5 3 2 20 14 13
3 Racing Santander 10 5 1 4 27 20 11
4 CD Alcoyano 10 4 1 5 23 21 9
5 CD Logroñés 10 3 2 5 11 21 8
6 Racing Ferrol 10 2 1 7 13 35 5

Pero ahora, no subo.

He escuchado varias versiones sobre el no ascenso a primera, bien por impedimento, bien por voluntaria renuncia. Sin negar tajantemente ninguna hipótesis, me cuesta pensar que un equipo que, previamente ya tiene decidido no ascender, juegue la liguilla de ascenso tan sólo por efectuar unas pocas recaudaciones extra, para luego renunciar, con las funestas consecuencias que ello trajo a la larga. No veo a D. Luis Casanova capaz de eso. Otro motivo debió ser. Porque el no disponer de campo apto para la primera, o el ser filial de otro lo solventó la España Industrial: jugaba en el campo de la Fabra y Coats, cambió su denominación a CD Condal, y ,desligándose (oficialmente) del CF Barcelona, pudo jugar los sábados en primera división y en el campo de Les Corts. Por supuesto seguía siendo filial del Barça.

Otra versión que he oído recientemente fue las protestas y quejas de otros equipos. Esto no lo veo claro. Y de protestar, el único con intereses era el Rácing Santander, por quedarse en puertas.

Sea lo que fuere, la afición se desinfló, y comenzó a languidecer terminando con el descenso a 3ª.

Esta fue la plantilla que consiguió el ascenso, con seguras omisiones de las que pido disculpas:

Porteros: Ya retirado Izquierdo, tenía tres de muy similar calidad;
Bienvenido (en el Valencia CF 47/48 y 50/51). Tenía ya la experiencia de la 1ª división. Muy sobrio, parecía algo pasado de peso, pero seguro.
García Sánchez (en el Valencia CF 53/54 y 54/55). Otro buen portero, muy seguro.
Timor: El más novel (posteriormente en el Valencia CF desde 53/54 a 57/58). Era el más ágil y espectacular, aficionado a las palomitas vistosas, un gato. Ya en el Valencia, fue preseleccionado para jugar en el Estadio Metropolitano un partido de “probables” contra “posibles”, junto con Amancio y Veloso entre otros.

Defensas:
Ibáñez II ,defensa derecho (hermano de Ibáñez I) . Posteriormente jugó en el Valencia CF. El más alegre “subidor” de la línea. Rápido y centrador.
Juan Ramón, defensa central ¿Qué se puede decir del “capi”? Venía del Valencia; ya en declive pero segurísimo y mandón.
Domínguez , sobrio lateral izquierdo. El único de la plantilla titular que no llegó a jugar en el Valencia. No regalaba ningún balón.
Botti , central suplente para las ausencias de Juan Ramón. Cumplía bien.
Dudo si también formaban parte del grupo Mir I, Saenz, y Corberán.
En conjunto era una defensa sin alegrías pues para eso ya habían bastantes arriba, y se confiaba en el poder ofensivo de ellos.

Medios:
Solves (o Solbes, según el periodista que escribiera). Muy técnico. Jugó en el Valencia.
Romero, medio izquierdo, y antes interior izquierdo en el Valencia (donde llegó a marcar 3 goles en San Mamés en un 3-6 al At. Bilbao) .Con empuje y buen disparo. Parecido a Valerón.
Sendra, medio derecho. Muy técnico, con soltura en la subida del balón. Posteriormente no se atrevió a hacer lo mismo cuando subió al Valencia, pero estuvo varias temporadas en Primera. Acabó de defensa central.
Mangriñán, cuando pasó al Valencia, se hizo famoso como “el azote de Di Stéfano”. En el Mestalla, era un buen medio defensivo.
Mir I, buen medio volante, cumplidor. También podía jugar de defensa derecho.

Delanteros:
Mañó, extremo derecho nato, llamado “el ratón de Sueca”. Con escapadas eléctricas, bien lanzado por Fuertes, con el Valencia llegó a ser internacional.
Fuertes, interior derecho, en el Valencia llegó a internacional. Era el corazón de la delantera. Peligroso, buen chutador y con carácter.
Sócrates, buen delantero centro. Pasó al Valencia, siendo descubierto allí como defensa izquierdo condicionado por una lesión del habitual Díaz. Resultó un gran hallazgo. Incluso terminó su carrera deportiva como defensa central.
Plá , interior izquierdo. Tenía las características de Luis Suárez, salvando las distancias. Buen disparo y zancada. Fue cedido al Gijón, volviendo al Valencia.
Giraldós, extremo izquierdo que venía del Valencia. Cumplía.
Yussá, extremo izquierdo, también del Valencia.
Ibáñez I “Rabanito”, hermano de Ibáñez II. Interior. No sé de dónde venía el mote. Eventualmente podía jugar de delantero centro.

Otra historia más de las que aparecen en mi memoria…


Antonio Vives Cortina
Socio del Valencia CF
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dimecres, 25 d’agost del 2010

Echo de menos

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foto: Jose Vicente Pascual Fuentes · · · · · · · · · · · · ·

Echo de menos el olor a puro en Mestalla. ¿qué pasa, que la gente ya no fuma puros en el fútbol?

Echo de menos los partidos de antaño a las 5 de la tarde. El acudir a las 3 y media para coger posición en la General de Pie.

Echo de menos los partidos veraniegos de los sábados a las 10 y media. Nuestro césped se convertía en un campo de naranjas porque a algunos les daba por no querer postre después de cenar, qué cosas…

Echo de menos coger el autobús para ir a Mestalla, y como la gente va comentando y augurando lo que va a pasar en el partido.

Echo de menos los libritos. Yo les llamaba así. Sí, hace alguna temporada se quiso recuperar la tradición, pero no eran lo mismo.

Echo de menos las broncas al equipo contrario y al trencilla de turno cuando saltaban al césped y el rugir de Mestalla, con alguna traca de fondo, cuando saltaba nuestro equipo. Ahora, como salen todos juntos no sabes si abroncar o aplaudir cuando saltan los equipos, eso si tienes las manos libres, claro, porque igual tienes que levantar un plástico naranja o blanco, según el día, para hacer un mosaico que soy incapaz de ver por ser protagonista de él.

Echo de menos ver publicadas las fotos del trío arbitral (cuarteto, perdón. Sexteto en UEFA) con los capitanes en los periódicos del día siguiente y las fotos de las alineaciones. Alguien debe tener escondida una colección enorme y valiosa de dichas fotografías.

Echo de menos aquellas almohadillas que inundaban Mestalla en algunas malas tardes por desesperación o por alegría en otras. Y cuando los empleados se afanaban en sacarlas del rectángulo de juego y cuando ya prácticamente las tenían todas fuera, otra avalancha de ellas inundaba de nuevo el césped. Mamoncetes éramos…

Echo de menos, avisado por un sonido digamos como espacial, echar la vista al marcador para ver en qué partido se ha marcado un gol, con los correspondientes aplausos o pitos. El encargado del electrónico cada vez tiene menos trabajo.

Echo de menos a SuperBat corriendo de norte a sur y de sur a norte, antes y durante los descansos de los partidos, marcando paquetín, enfervorizando a la masa. Nuestro superhéroe, el gran SuperBat…

Echo de menos al vendedor de pipas, caramelos, turrón de Viena. Eso sí, yo sólo compraba, de vez en cuando, saladitos. No era ni soy de los de comer en Mestalla en los partidos. O antes o después.

Echo de menos, una vez terminado el partido del Valencia, ver saltar al césped al Mestalleta y quedarme a ver, como otros muchísimos miles, la primera parte de su partido. Despues, como un resorte en el descanso, todos para casa.

Mestalla, aún no te has ido, y ya te echo de menos.


Jose Miguel Lavarías
Socio del Valencia CF
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dissabte, 31 de juliol del 2010

Uña de gañán

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“…me parece que soy de la quinta que vio el mundial 78…”
-Andrés Calamaro-


En casa nunca se utilizaba la palabra Mestalla. Ni tampoco Luís Casanova. En casa, Mestalla era el “Campo”, o a lo sumo, el campo del Valencia. Estaba demasiado cerca como para imponernos su nomenclatura solemne y mayestática. Estaba ahí, a la vuelta de la esquina, y poseía el mismo aire familiar y doméstico que el patio del colegio.

Lo he visto con claridad estos meses de inventarios y escrituras. Una cosa es la memoria real y otra la forma de plasmarla años después. Intuyo que la elaboración literaria del escenario ha sido un elemento algo impostado, nacido a cuenta de la enfermedad poética que busca concretar el rumor de azares, anécdotas y glorias en una hermeneútica propia y conmovedora.

Con franqueza, la mirada de un niño puede ser muy voraz pero su discurso es simple salvo que se llame Léolo y se apellide Lozone. Sin duda, en esa distancia que media entre el niño y el adulto se cobija el impostor de la voz engolada que nos hace pontificar. Cuando en realidad, y como pasa siempre, todo es mucho más sencillo.

En verdad, por aquellos días en que yo me asomaba a la esquina de la calle Gorgos, Mestalla era sólo eso: el Campo del Valencia, un lugar donde mi padre y yo compartíamos la espuma de los domingos. Después, la memoria y la solemnidad de los muchos libros le han otorgado galones sagrados pero sólo desde la invención lírica de una voluntad mística. Y la mística, es importante acotarlo, es la menos objetiva de las miradas. Está hecha, ante todo, de esencialismos y grandilocuencias: estiércol de metáforas lacrimógenas para vindicar ausencias y prolongar en tono narrativo el hechizo de lo inabarcable.

Lo he aclarado, por suerte, gracias a mi madre, que siempre fue realista y poco dada a las efusiones religiosas. Un día, y hablo de la primavera de 1978, fuimos a El Corte Inglés a comprarme los clásicos mocasines con borlita para una comunión, aquellos jodidos zapatos que tanto detestaba. Era sábado y a media tarde debutaba España contra la selección austriaca de Krankl y Prohaska en el mundial de Argentina. La ida la hicimos en el autobús de la entonces SALTUV, pero a la vuelta mi madre me convenció para regresar a pie. Su argumento fue el más eficaz que podía utilizar: pasamos por el campo del Valencia y así ves lo bonito que lo están dejando, me dijo. Accedí, que remedio. Caía el solano con fuerza pero la tentación de pasar por ese Mestalla en obras merecía la pena. Fue, ahora lo recuerdo, la única vez que vi la acequia al descubierto. El campo estaba en plena fase de remodelación para el mundial 82 y era ese momento puntual en que no había rastro de la grada baja: ni la vieja ni la nueva. Sólo un solar.

El actual segundo anillo del graderío flotaba en el aire, sostenido por las columnas que aún hoy tienen residuos tiznados de carbón. La visión era entre apocalíptica y esperanzadora. No había mucho césped y sólo la fachada de tribuna permanecía inalterable como seña estética de identidad. Mi madre le pidió permiso al vigilante para asomarme al abismo de grúas paradas que descansaban sobre el espacio donde unas semanas antes Kempes había logrado el pichichi goleando al Betis. Lamento decepcionarles pero no recuerdo sentir ninguna revelación mariana. Tampoco Dios me habló al oído ni hubo repentinas brisas que elevaran al cielo papelitos festivos. Nada. Sol y moscas. Y el vigilante. Uno de aquellos hombres hoscos y sucios. Piel morena y curtida, con uña extralarga en su dedo meñique a modo de herramienta indispensable para pasar la jornada laboral indagando nuevas rutas.

32 años después de aquella tarde he intentado fórmulas para explicar la fascinación que entonces fui incapaz de sentir pero que ahora me tensa la garganta de forma incomprensible. Ese secreto es el que cada partido del Valencia me obliga a imaginar el graderío previo a la reforma del 78’, como si en ese escenario se concretase alguna verdad digna que metabolizara el temblor y la alegría. Como si sólo aquel Mestalla fuera digno de ser el verdadero Mestalla. Pero intuyo que eso sólo es inercia sentimental y autocompasiva. Sinceramente, ya no espero grandes cosas de la milonga que alega que la patria es la infancia. Creo, más bien, que un hombre atrapado por ese rumor es un hombre enfermo que no hace más que contarse a si mismo una película donde la realidad ha sido abducida por el relato acomodaticio que suelen otorgar las frases enmarcadas en el colchón de la tradición narrativa que adopta toda evocación más o menos veraz.

El tiempo juega con nosotros para convertir lo anodino en algo mágico. Parece nuestro destino: contar y que parezca interesante lo contado. Pero aquella tarde todo fue prosaico y elemental. A sabiendas, un solar en obras, un niño curioso y la necesidad fisiológica de llegar a casa lo antes posible para sentarme en la taza y oír por el deslunado como Austria le marcaba a España su primer gol. No es que me decepcionara la acequia…es que sólo era una acequia custodiada por un tipo cuya uña explica mejor que nada la historia de un país donde la manicura todavía era un deporte para minorías.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF

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dimecres, 30 de juny del 2010

El salario del miedo

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La primera vez que salté al terreno de Mestalla fue en 1966. En aquellos tiempos, se dejaba un balón en el centro del campo durante el descanso, las sillas eran de enea y no había verjas que separaran a los aficionados de sus ídolos. Mi padre me puso sobre el campo y yo, con mis tres años a cuestas, corrí hasta el centro del campo y chuté el balón. No recuerdo nada de aquel episodio, pero sé que el Valencia ganó una Copa del Generalísimo la temporada siguiente y también sé que aún no existían los grupos ultras. Desde la temporada 1971-72 hasta la actualidad he acudido a Mestalla, salvo la infausta temporada 86-87 que me pilló en el servicio militar. Recuerdo la gran eliminatoria contra el FC Barcelona en la temporada 78-79 que acabó con la consecución de la Copa del Rey, con un Valencia dirigido por un enorme Kempes. Podría recordar, eso sí, haciendo un esfuerzo importante, que había alguna peña que destacaba más que otras, quizá la Peña Colorista Sector 8, pero ni por asomo recuerdo grupos ultras en las gradas. A partir de la vuelta del Valencia a primera división, en la temporada 87-88, se empezó a poblar la grada con grupos de jóvenes, emulando a los “hooligans” ingleses, que tenían en su punto de mira el fútbol como fenómeno social, pero nunca deportivo. El intento de asimilación de unos colores y una ideología, casi siempre intolerante y fascista, fue un fenómeno que floreció en Mestalla, y no siempre de forma espontánea, sino alimentado y alentado por el propio club y algunos medios de comunicación. De algún modo, se extendió la idea de que grupos juveniles de animación eran necesarios e imprescindibles para lograr hacer a un equipo “campeón”. Ultras Sur, Frente Atlético, Boixos Nois, Riazor Blues, Yomuss,... “Hooligans” en el Reino Unido, “Barras Bravas” en Argentina... Ahí los tenemos, institucionalizados, financiados y, a menudo, haciendo del chantaje un modo válido de relación con el club. Y en este estado de cosas, cuando los jugadores de las ligas europeas promocionan una pulserita contra el racismo, y consiguen un pelotazo económico, pues todos los niños y niñas quieren ir a la moda, viene la paradoja, la vergüenza y la rabia. Los jugadores del Valencia, acosados una semana antes en Paterna, pagan el peaje del miedo y regalan sus camisetas a los acosadores, a los matones, a los racistas y malas personas que aún mancillan la memoria de una persona que murió asesinada. Me da igual cuáles fueran sus ideas. Así la ceremonia de la confusión es completa y el sonrojo no parece llegar a la cara de los dirigentes del club. Mucho de lo que el Valencia CF va a ganar en Porxinos no es más que mísera calderilla comparado con el gran capital moral que se ha perdido con la actitud tibia del club y el ejemplo lamentable de casi todos los jugadores. La grandeza de unos colores, títulos deportivos y logros económicos aparte, también se mide en los momentos históricos. Y éste lo es. La directiva del FC Barcelona ha marcado la dirección a seguir. Campeones de Liga sin ultras apoyados por el club en sus gradas. ¿Se cometerá el error histórico de pensar en ellos cuando el Valencia estrene su nuevo estadio?

Francisco García Cubero, Profesor de Bachillerato
Socio del Valencia CF
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divendres, 14 de maig del 2010

La nit de l'heroi

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dimarts, 11 de maig del 2010

Quan arriba la nit, jo soc Baraja...

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dijous, 15 d’abril del 2010

Banqueta visitant. Athletic Club

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Dos históricos en Mestalla

Para cualquier aficionado del Athletic nacido a partir de los años 60-70, el nombre de Mestalla evoca el recuerdo de un momento único: el gol de Tendillo que nos dio la Liga del 83, una Liga largamente deseada y anhelada tras más de 25 años sin ganarla, y 10 años después el último título, la Copa del Rey de 1973.

Pero sobre eso ya hay un excelente artículo en este blog escrito por Juan José Martínez Jambrina, cuya lectura recomiendo porque expresa perfectamente el sentir de cualquier aficionado del Athletic.

Reflexiono en esta semana previa al partido y me doy cuenta de algo en lo que nunca había pensado: sólo conozco a un aficionado del VCF. Y curiosamente, es en realidad una amistad cibernética la que nos une, con lo cual podría afirmar que nunca he tenido una conversación cara a cara con un aficionado ché. También pienso en que es extraño que siendo uno de los estadios que más me gustaría visitar, nunca he visto allí un partido. Tendré que poner remedio a eso cuando se presente una ocasión.

Para el Athletic de hoy visitar Mestalla es visitar un estadio difícil, en el que arañar puntos se antoja muy complicado. El potencial del VCF está fuera de toda duda, y la prueba es la situación en la clasificación, terceros y por tanto, ganadores de la otra Liga: la que juegan los equipos que no son favorecidos por contratos televisivos y otras ayudas, aunque eso es motivo para otro debate.

Por otra parte, son tres meses ya sin ganar fuera de casa, y eso es una losa pesada en el equipo, a pesar de que su buena clasificación en la tabla añade un plus de peligrosidad para el VCF. Al estar asegurando los puntos en San Mamés, el Athletic es ahora un equipo más atrevido fuera, aunque desgraciadamente no se esté traduciendo en buenos resultados, bien por la mala suerte (Coruña o Gijón), bien por un exceso de conservadurismo (Sevilla) o bien por enfrentarse a un rival muy superior (Barcelona)

Pero hablemos de Mestalla, y de lo que significa para un aficionado del Athletic: es la casa de un grande, y por tanto a Mestalla se acude con respeto. Es un campo que destila un gran ambiente de fútbol, como no puede ser menos siendo el estadio de un histórico. Y es un estadio al que se acude pensando en que ganar es una proeza…Y además, es un estadio muy especial, en el que se han vivido grandes duelos contra un equipo al que se tiene mucho cariño en San Mamés.

Esperemos ver un gran partido, que gane el mejor, que éste sea el Athletic, y mucha suerte para el Valencia en el resto del torneo liguero.

Amunt Valencia! Aúpa Athletic!


David Domínguez
Aficionado del Athletic Club
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dimarts, 16 de març del 2010

La cremà en Mestalla

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Forment reclamant-li a Sánchez Ibáñez durant el partit, finalment decisiu per a la Lliga,
València CF 1- Real Madrid CF 2 disputat al Camp de Mestalla el 19 de març de 1972.

Muchos partidos a lo largo de nuestra historia han coincidido en días falleros, pero indagando un poquito he querido comprobar los partidos que se han jugado en Mestalla justo el día de Sant Josep y me gustaría compartirlos con todos vosotros.

El primer partido en Mestalla que coincidió con el día grande de las Fallas fue en el año 1924, contra un equipo checo, el Cechie de Praga, al cual vencimos por 4-3. Fue el segundo partido que jugamos contra ellos, pues tres días antes ya nos enfrentamos ganándoles esta vez por 2-0. Este equipo fue fundado en 1903 para desaparecer en 1948.
Anteriormente, cabe destacar que en Algirós ya se había disputado un partido el día de Sant Josep, contra un equipo catalán, el Universitari de Barcelona que el día antes nos había derrotado por 1-7, pero con el que logramos empatar a 3 al día siguiente.

Posteriormente en el año 1928 se jugó un partido contra el Murcia de fase previa de la Copa del Rey, con victoria 3-1 para los nuestro.

En 1929 nos visitó el Rampla Juniors, campeón uruguayo en 1927 en el primer campeonato organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol. Debido a éste éxito el prestigio de este club uruguayo se proyectó más allá de las fronteras del Uruguay y en 1929 hicieron una gran gira por Europa, disputando 19 partidos y visitando a equipos de la talla del Olimpic de Marsella, el Tennis Borussia alemán, el Benfica portugués o los holandeses del Ajax, derrotándolos a todos. En Mestalla nos derrotaron por 0-1.
Gira que repetirían en 1956, incluyendo Asia, y que curiosamente volvió a enfrentarnos a ellos el día de Sant Josep, esta vez sí les conseguimos derrotar por 2-1

En la década de los 40 y los 50, se sucedieron los partidos amistosos, como queriendo instaurar la tradición de fútbol en Mestalla el día de la cremà. En 1940, 3-1 al Burjassot, 2-1 al Atlético de Madrid en el 41, 3-4 contra el Saint-Ettiene en 1949, 0-0 contra el Millonarios de Bogotá de un jovencísimo Alfredo Di Stéfano y sendos 3-0 contra Wolverhampton y Birmingham City en los años 1957 y 1958.

Tenemos que llegar al año 64 para encontrarnos el primer partido de liga de Primera división que se disputó en Mestalla. Aquel Valencia europeo le metió 4 goles al Betis con el dúo Guillot-Waldo haciendo de las suyas. En el año copero de 1967, la víctima en esta ocasión fue el R. Zaragoza que encajó un 6-0 demoledor, con Waldo, de nuevo, metiendo goles a pares.

Y llegamos a 1972. Ilustre visitante. Y no me refiero al R. Madrid, sino a Sánchez Ibáñez que con un arbitraje escandaloso decidió una liga que finalmente ganaron los madrileños con dos puntos de ventaja sobre el Valencia. Aquel partido no llegó a concluir, pues fue dado por finalizado minutos antes de llegar a los 90 reglamentarios debido al lanzamiento masivo de almohadillas. La venganza llegó en semifinales de Copa, donde les eliminamos pero no fuimos capaces redondearlo conquistando el título ante el Atlético de Madrid. Fue el año de los subcampeonatos.

En 1978 el Valencia del Gran Mario se encargó de devolverles la moneda a los madridistas con un 2-0, en un partido en el que se registró el record de recaudación en Mestalla, con algo más de 22 millones de pesetas y que el 2-0 final se antojó corto no, cortísimo, pues la diferencia debió ser mucho más amplia. Si no estoy equivocado, la foto de Mario con el balón en las manos levantadas gritando frente al gol Norte de Mestalla corresponde a la celebración del segundo gol marcado de penalti.

Año 1980. Partido de vuelta de los cuartos de final de la Recopa. Valencia CF, 4 – FC. Barcelona, 3. Palabras mayores. En el Camp Nou se había encarrilado la eliminatoria con un solitario gol de Pablo. Pero este partido fue de infarto. El Barça vino a por todas y el Valencia jamás le perdió la cara al partido. Un gran Saura, con dos goles, el 3-2 espectacular y los otros dos de Bonhoff y Kempes. Recuerdo que no estuve en aquel partido, pero fue televisado, y fue televisado además, si no me traiciona la memoria al alimón con uno del Madrid en Copa de Europa en Glasgow o contra el Celtic en el Bernabeu. Pasamos a semis donde fulminamos al Nantes y conquistamos aquella Recopa, de la que justamente este año se cumplen 30 años.

En el año 1987 se disputó un amistoso contra el PSV, el I Trofeo Ciudad de Valencia, que se llevaron los holandeses por penalties tras empatar a 2.

Y el último partido que se disputó un 19 de Marzo, hasta la fecha, fue en 2003, contra el Arsenal, en la última jornada de un igualadísimo grupo de la segunda fase de la Champions League. Necesitábamos ganar para acceder a cuartos de final. Y lo hicimos, gracias al gigantón noruego John Carew, que anotó los dos goles de aquel 2-1. Aquel Valencia sabía cómo manejar los partidos y a pesar de marcar el segundo gol faltando prácticamente toda la segunda parte, en ningún momento pasó ningún tipo de apuro para mantener el resultado.

No sé si la historia nos deparará en el futuro algún encuentro más en Mestalla coincidiendo con el día de Sant Josep, pero lo que sí sé es que cuando juguemos algún 19 de Marzo en el Nuevo Estadio, a la memoria me vendrán todos estos recuerdos de un Mestalla enfervorizado en un día plenamente festivo.


Jose Miguel Lavarías
Socio del Valencia CF
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divendres, 12 de març del 2010

El baló.

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Escric estes breus línies per a fer una crida, encara que no se a qui.

Una part de la nostra HISTÒRIA com a club de futbol està a la venda, el diners com ja sabeu ho poden tot i més en els temps que corren.

De nou, si no es fa alguna cosa des del club, des d’alguna altra institució (Fundació, Agrupació de Penyes…) o apareix un mecenes, una part del nostre patrimoni desapareixerà i qui sap quan tornarà a la llum.

Eixe baló, amb el que el nostre València es va proclamar campió de la nostra primera lliga, hauria d'estar algun dia a les vitrines del futur museu de l'entitat. Malauradament, si les coses no canvien massa acabaran a la llar d'algun col·leccionista privat.

Tan sols espere que qui es faça amb eixe baló siga valencianista i no un col·leccionista "especulador" de qualsevol altre equip.


Josep A. Bosch Valero.
Soci del València CF, que espera vore en algun moment un museu del VCF.
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dimarts, 9 de març del 2010

Xafant Mestalla. Real Racing Club de Santander: Pedro Alba

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Mestalla, sinónimo de gran ambiente de fútbol

Decir Mestalla significa nombrar a uno de los grandes estadios del fútbol español, característico por el ambiente que, entorno al balompié, se vive antes, durante y después de cada partido que disputa el Valencia CF. Guardo especial recuerdo de los partidos jugados en la capital del Turia durante mis 14 años como profesional en el Racing, en los que tuve la oportunidad de enfrentarme a jugadores de primera línea como Fernando, Sempere, Sol… Particularmente, en mi etapa como guardameta tengo gratos recuerdos de mis actuaciones en Mestalla y, en las últimas temporadas, ya como técnico, permanecen ligadas a los buenos resultados obtenidos por los verdiblancos pues, en nuestras tres últimas visitas, hemos conseguido ganar.

Pero, fuera aparte de los resultados, el principal recuerdo que viene a mi mente al pensar en Mestalla es el empuje de su afición, que casi siempre suele abarrotarlo para apoyar a su equipo y poner las cosas difíciles, siempre dentro de la deportividad y el respeto, a los equipos rivales. Rivales, dentro del campo, porque fuera de él los valencianos siempre me han demostrado su hospitalidad y afecto.

Espero que, para ser fieles a la tradición de las últimas campañas, el estadio valencianista presente sus mejores galas el lunes, 8 de marzo, y que los espectadores vean un buen encuentro que finalice con triunfo del Racing.


Fdo. Pedro Alba
Futbolista del Real Racing Club de Santander, actual entrenador de Porteros del Real Racing Club de Santander
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dijous, 4 de març del 2010

De himnos, pasodobles y cancioncillas

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Uno de mis momentos favoritos cuando asisto a los partidos en Mestalla es el de la salida de los jugadores al terreno de juego. En mi recuerdo quedan cinceladas de forma indeleble las primeras veces, siendo niño, en las que al ritmo del pasodoble Valencia del maestro Padilla, y encabezados por Claramunt, el Valencia saltaba al verde manto de hierba. Me di cuenta de ello muy pronto. Era la música que precedía la aparición de los jugadores la que me situaba en un lugar diferente, en una misteriosa antesala de lo que podría ser un día glorioso, si se vencía, o nefasto, si éramos derrotados. Cosas que piensan los niños y que nunca se atreven a contar a sus padres. Chiquilladas. Echando la vista atrás, uno se pregunta si los nuevos aficionados, esos a los que llevamos de la mano o que ya nos acompañan, mocitos y mocitas, a paso firme hasta el campo, sentirán la misma vibración y excitación interior que sentíamos cuando los primeros compases del pasodoble inundaban el aire denso y narcotizado de las gradas.

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Y es natural hacerse esa pregunta cuando uno pasa lista a las músicas que han prologado el salto de los equipiers al terreno de juego. De pasodoble a pasodoble. Del “Valencia” de José Padilla al “Amunt, València” de Pablo Sánchez y Ramón Gimeno. La celebración del 75º aniversario de la fundación del club dejó algunas iniciativas que van de lo ridículo a lo magnífico. Historias revisitadas, libros de cómics, un logotipo vergonzoso, un par de álbumes de cromos y un himno. Sí, porque tuvieron que pasar 75 años para que nos diéramos cuenta que un club tan grande carecía de un himno que glosara y exaltara sus virtudes deportivas. El ritmillo populachero y la letra, fácilmente tarareable, lograron un éxito inmediato del “Amunt, València” entre una gran parte de la masa social. De hecho, pasó a ser utilizado en la salida del equipo al campo y también como rúbrica y broche final de los partidos jugados en casa. Su estribillo gozó de predicamento entre los aficionados más juerguistas y beodos en las finales a las que, felizmente, hemos acudido en los últimos tiempos. A pesar de su éxito inmediato, “Amunt, València” parece haber caído, en los últimos tiempos, en un ostracismo que lo ha alejado del cariño de la afición e incluso algunos manifiestan abiertamente que su carácter popular disminuye las posibilidades reales de que un equipo con ese himno pueda conseguir títulos de tronío.

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Pero los inspiradores intelectuales del himno “Amunt, València” desconocían que el Valencia FC ya tenía un himno. Databa de 1924, estaba compuesto por una mujer (eso sí que es adelantarse a los tiempos), Lolita Soriano Raga, y fue estrenado el domingo 21 de septiembre, por la tarde, en Mestalla. La Unión Musical y el coro de El Micalet, dirigidos por la propia autora, interpretaron el himno y ante el éxito obtenido tuvieron que repetir la interpretación. Nada de esto sería público de no ser por el denodado esfuerzo de un gran valencianista: José Núñez, que en un empeño titánico logró que el 17 de abril de 2005, en el TAMA de Aldaia, se reestrenara el himno de 1924, a cargo de la Agrupació Musical El Majors de L’Horta Sud y del tenor José Llopis Ferrandis. Escuchando aquel himno con los oídos del siglo XXI suena algo trasnochado y tópico, carente de un ritmo y melodía reconocibles a la primera escucha y excesivamente largo. No parece un himno que pueda recuperarse para animar a las masas sedientas de gol en los instantes previos a un partido.

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Y aunque el club ya tiene 90 años, hay iniciativas que, por imitadoras y carentes de imaginación, acabarán por dar carta de naturaleza a esta orfandad musical que padecemos. Me refiero a la idea peregrina de última generación que utiliza la canción del cantante Leo “Amunt Valencia, la victoria” para enardecer a las masas ante la inminencia del comienzo del partido. Una canción que es una copia descarada del canon de Pachelbel y que a mí, francamente, no me dice nada, además de tener que sufrirla a un volumen sónico inhumano.

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Así las cosas, ¿cabe la posibilidad de encontrar nuestra identidad futbolera en alguna tonadilla compuesta o por componer? En momentos así siempre miro hacia Nueva York. En el estadio de los Yankees los partidos empiezan con el himno americano, a mitad de la quinta entrada suena el “YMCA” de Village People, mientras los operarios arreglan el terreno de juego e incluso se marcan una coreografía; en la séptima entrada se canta el estribillo de la canción beisbolera “Take me out to the ballgame”, compuesta en 1908 por un tipo que nunca había asistido a un partido, sigue “God bless America” instaurada como parte del programa desde los atentados del 11-S y la posterior guerra de Irak; finalmente, cuando el partido ha finalizado Frank Sinatra nos despide con “New York, New York”. Tal vez, en el exceso natural de su forma de ser, los americanos traspasen la borrosa línea del buen gusto, pero quizá esa abundancia de propuestas pueda inspirarnos alguna idea realmente valiosa. Mientras, tanto: ¡escuchen, escuchen!


Francisco García
Socio del València CF
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dissabte, 20 de febrer del 2010

Mangriñán

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Entré en el urinario y, cuando me di la vuelta, me tropecé con Mangriñán”. Esto fue lo que declaró D. Alfredo Di Stéfano al terminar el partido, jugado en Chamartín, entre el R. Madrid y el VCF. Era el primer partido de la temporada 1954-55 e Iturraspe, el entonces entrenador colocó a un rubito de Vall d’Uixó llamado Mangriñán con la única consigna de pegarse al bueno de Di Stefano con el fin de secarle y no dejarle tocar ni un balón, y vaya si lo consiguió. El VCF ganó 1-2, y aquel marcaje provocó el fusilamiento de la prensa madrileña. Di Stefano creó el verbo “Mangriñear”…

Mestalla también ha vivido marcajes al hombre. Así a bote pronto, recuerdo un par de ellos, y curiosamente, también, ambos, en la primera jornada de liga.

Temporada 1982-83. Nos visitaba el Barça del flamante Diego Armando Maradona. El Pelusa pudo probar en primera persona cómo se jugaba al fútbol en España y lo hizo de la mano de un grande, a pesar de su estatura, Pepe Carrete. Futbolista al que personalmente admiro, hombre que a pesar de los años transcurridos, cada vez que habla del VCF es para deshacerse en elogios, tanto del club como de la afición. Pues bien, aquella noche, de sábado si no me equivoco y ¿televisado? El gran Pepe Carrete se pegó como una autentica lapa al Pelusa. No le dejó respirar, y un metro que le dejó, lo aprovechó para meternos el 0-1, aunque posteriormente remontamos con goles de Tendillo y el vikingo Idígoras bajo la lluvia. Pero recuerdo que llegué a creer que Carrete se iba a subir tras Maradona al autobús del Barça. Lo que nadie pensábamos, tras esa gran victoria era el sufrimiento que nos esperaba hasta el último partido de la temporada.

Temporada 2001-02. Calurosa noche de Agosto. Nos visita el Madrid de los galácticos. El debut del soñado Zidane en España. Toda la prensa madri(dista)leña pendiente de su nuevo héroe, pero…, el héroe resultó ser un nacido en La Pobla Llarga, David Albelda. A punto de cumplir los 24 se erigió en su sombra, y eso que no podríamos catalogarlo como marcaje al hombre, pero la defensa zonal y la presión que hacía el equipo de Rafa Benítez constantemente los emparejaba. El francés cuando recibía el balón y quería darse la vuelta ya se topaba de bruces con Albelda, para mayor escarnio de la prensa madri(dista)leña que no pudieron disfrutar con su nuevo adalid. El VCF derrotó al gran coloso interplanetario por 1-0 y la campaña de desprestigio, de acoso y derribo que se produjo contra Albelda fue de dimensiones bíblicas. No pudieron digerir ni tolerar que un valenciano de La Pobla Llarga les estropeara la fiesta. Por cierto, la gran mayoría de los que allí estábamos tampoco pensábamos que aquella liga iba a ser nuestra.

Amunt!!!!


José Miguel Lavarías
Socio del Valencia CF
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divendres, 5 de febrer del 2010

Xafant Mestalla. Real Valladolid CF: Luis Miguel Gaíl

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Mis primeros recuerdos del viejo Mestalla curiosamente no son como futbolista. Años antes de dedicarme a esta profesión solía veranear en Valencia. Uno de aquellos veranos, acompañado por unos familiares, acudí a una presentación del Valencia CF Sentado en la tribuna, en aquellas sillas de madera y esparto, soñaba con algún día poder pisar ese césped y observar las gradas de aquel campo desde adentro.

Y aquel sueño se cumplió en la temporada 78-79, militando el R. Valladolid en 2ª División, en una muy recordada por estos lares semifinal de Copa, título que a la postre se llevó el Valencia. Entré a poco del final sustituyendo a un compañero. Aquel partido acabó 2-0 y cuando digo que fue una semifinal muy recordada es porque en el partido de vuelta se las hicimos pasar canutas al Valencia. Ganamos 2-1, con gol de Felman faltando diez minutos cuando ya acariciábamos la prórroga, y Soriano Aladrén, árbitro de aquel partido, nos anuló un gol muy discutido a punto de acabar. Fue un arbitraje, digamos que controvertido.

En mi siguiente visita a Mestalla, una temporada más tarde, empatamos a dos goles, y tuve la fortuna de ser el autor del 2-2, tras una pared y marcando con la derecha. Los años posteriores no faltaba a mi cita anual con Mestalla, tanto con el R. Valladolid como con el R. Betis, donde coincidí con algunos de los compañeros que tuve en el R. Valladolid, como Rincón, Sánchez Valles o el “Pato” Yáñez.

Mestalla es un campo con tradición futbolística, con un fuerte significado en la historia del fútbol español, sólo hay que recordar la cantidad de finales de copa que allí se han disputado o que nuestra selección disputó en ese campo sus tres primeros partidos del Mundial’82.

Sus vestuarios eran amplios, muy acogedores, eran vestuarios de 1ª División. Recuerdo que la sala de masajes estaba entrando a la parte izquierda. También me llamaba la atención el largo pasillo que te encontrabas cuando salías de ellos, pasillo que finalmente giraba a la derecha para ya encarar la salida al terreno de juego.

¿Y qué decir de su afición? Siempre llenando el campo y apoyando a su equipo. Y muy señorial. Si el equipo visitante hace un buen partido no le duelen prendas en reconocerlo y ovacionarlo si es necesario. Se os tilda de muy exigentes, y yo os animo a que sigáis siéndolo, pues esa exigencia es necesaria, y todo profesional que no asuma esa exigencia y esa presión del público es que debe dedicarse a otra cosa.

También quiero hacer mención a Miguel Tendillo Belenguer, gran amigo mío, con el que coincidí en las categorías inferiores de la selección nacional. Un gran futbolista y un tipo extraordinario, al que hace mucho tiempo que no veo y que me encantaría darle un abrazo.

Otro futbolista que me impresionó, por su fortaleza física fue el alemán Rainer Bonhoff. Saltábamos tres con él en la disputa de algún balón y acabábamos en el suelo, además de tener un cañón en el pie, como el hondureño, compañero mío, Gilberto, que cuando te ponías en una barrera en sus faltas te echabas a temblar. Precisamente Gilberto se lesionó de gravedad en una rodilla en Mestalla.

En definitiva, Mestalla es un campo muy querido por mí, como lo era el viejo Zorrilla, pero la propia evolución del fútbol hace que tengas que dejar tu casa de siempre para mirar hacia un futuro se supone que mejor.

Un saludo muy afectuoso para todos los valencianistas.


Luis Miguel Gaíl
Futbolista del R. Valladolid y R. Betis, actual seleccionador Sub-18 de Castilla y León.
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dissabte, 30 de gener del 2010

Xafant Mestalla. Sevilla FC: Pablo Blanco

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Recordar Mestalla significa recordar el futbol añejo, el futbol en blanco y negro.

Tengo en la memoria aquella grada de preferencia, repleta de sillas de enea y con los palcos cuadrados en la parte superior. Los vestuarios, iguales que los de ahora, aunque menos modernizados, lógicamente. El túnel de vestuarios, con la subida por las escaleras hacia el terreno de juego...

El Valencia CF es un club que guarda muchas similitudes con mi Sevilla FC. El Valencia, la ciudad, el clima, el olor a azahar y la mucha pasión de un público exigente y entendido que no le gusta las medias tintas, los partidos entre ambos equipos siempre han sido tensos. No hace mucho estuve en Valencia y la ciudad está preciosa.

Mi primer partido en Mestalla fue en la temporada 1971-72. El Valencia tenía un equipazo. Era el actual campeón de liga. Era el Valencia de los Claramunt, Sol, Vidagany... entrenados por otro fenómeno, D. Alfredo Di Stéfano. De aquel partido recuerdo que jugamos con una equipación que nunca más volvimos a utilizar, sólo en aquella ocasión. La camiseta era blanquirroja, con pantalón azul y medias rojas con la vuelta en blanco.

Precisamente esa temporada descendimos a segunda división y ya no regresé a ese estadio hasta la temporada 1975-76 y ya disputé todos los encuentros ligueros hasta la temporada 1982-83. De todos estos años recuerdo los marcajes a Marito Kempes, con el que llegué a tener buena amistad, alimentada más aún a raiz de la llegada de Daniel Bertoni al Sevilla FC justo después de que ganaran el mundial 78 con Argentina. Mario era un futbolista muy potente, se desmarcaba extraordinariamente y era dificilísimo de parar. En una ocasión, en uno de esos marcajes por todo el campo, llegó a decirme: "Qué pesado sos, obrero" y yo le decía: "aquí estoy, arquitecto". Aun con todo, me resultaba más "fácil" marcarlo a él que al típico delantero bajito, rápido y habilidoso, que me train todo el partido mareado, como Rubén Valdez, que tenía un dribling buenísimo.

Abelardo, Juan Sol, Manolo Botubot... muy buenos amigos míos, hechos con el paso del tiempo y a base de enfrentarnos.

Quiero agradecer la oportunidad que me habéis brindado para aportar mi granito de arena al homenaje que el viejo Mestalla merece.


Pablo Blanco
Futbolista del Sevilla FC
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dimecres, 27 de gener del 2010

El ruso valiente

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Post publicat originalment al blog de l'autor Un samaruc en la grada.

Ricardo Bochini, “El Bocha” representó el crepúsculo de un tipo de futbolista ya extinto. Un tipo que necesitaba correr muy poco para jugar al fútbol. Ese pelotero que pensaba que el que tenía que correr era el balón, no él. Futbolistas que, en la era del músculo, ya no existen. Los 19 años de su vida que regaló a Independiente demuestran que su perfil no era sólo futbolístico, sino también sentimental. Bochini fue el gran ídolo de Maradona y Diego, en uno de esos gestos que lo convierten en un buen tipo pese a sus frecuentes desbarres, presionó a Bilardo para que se lo llevara al Mundial de México que planeaba ganar. Cuando Bochini saltó a la cancha para disputar sus únicos siete minutos como mundialista contra Bélgica, Maradona lo saludó con un “Dibuje, maestro”.

A Bochini se le atribuye una frase legendaria que probablemente jamás pronunció y que define su filosofía del fútbol: “Correr es de cobardes”. Esa sentencia, que sublimó durante años Curro Romero en el arte del toreo, dibujaba una personalidad que privilegiaba la velocidad del desplazamiento del balón y el toque oportuno sobre la potencia física y la rapidez del futbolista. Bochini sólo corría, y mucho, cuando conducía el balón, pero era capaz de detenerse y, desde su reposo, enviar un pase imposible para dejar a un compañero solo ante el portero. Era, en el fondo, lo que más le gustaba: regalar antes que recibir regalos.

El Valencia tuvo su Bochini en un futbolista casi contemporáneo al genio argentino. Era compatriota suyo y llegó al Valencia, en plena resaca de la liga del 71, como oriundo, esa extraña fisura legal que permitía a futbolistas suramericanos jugar en España, cuando las fronteras para los extranjeros estaban cerradas, con el único requisito de acreditar que tenían algún pariente de segundo grado de nacionalidad española. A Adorno, por lo que parece, le inventaron un abuelo español que había nacido “en Celta de Vigo”, como reza la leyenda urbana, con pocos visos de veracidad, que atribuye a Adorno esas declaraciones sobre sus ancestros.

A Adorno lo llamaban en Argentina, donde brillaba en la oscuridad de un equipo hecho de cortacéspedes, el Racing de los Basile, Perfumo y Wolf, “El ruso” porque tenía un pelo algo rizado de un color extraño: ni rojo ni amarillo, ni blanco ni gris. Un color báltico. Ese apodo no cuajó en las gradas de Mestalla, al igual que le pasó al “Payasito” Aimar y al contrario que al “Piojo” López. Nadie llamó “ruso” a Adorno jamás desde la grada, quien sabe si por la maléfica influencia de un régimen en el que el olor a ruso podía acarrearte problemas legales. Adorno, además, era uno de esos tipos cuyo apellido hacía honor a una de sus características principales a la hora de jugar al fútbol. Decir Miguel Ángel Adorno es como decir Pepito Blanco, que al oír el nombre ya sabes que tiene que ser un tipo con pinta de Pepito Grillo y de raza blanca. Era Miguel Ángel porque trazaba sobre el campo con pluma fina el devenir del equipo y era Adorno porque, en su quehacer creativo, siempre se concedía licencias estéticas. ¿Para qué necesitábamos llamarlo “El ruso”?

Adorno, sin embargo, fue uno de esos futbolistas que gustaban sólo a los gourmets, pero que no alimentan al equipo. Un futbolista que, como Bochini, no corría, le cedía tan ingrata tarea al balón. Pero no era Bochini. Cuando Adorno cogía el balón era tan lento como cuando no lo tenía y eso, a los entrenadores, suele darles bastante pánico. Adorno servía para partidos en los que había que sacar el genio aunque perdieras a un obrero, pero no para aquellos en los que había que ponerse el cuchillo entre los dientes. Y, en sus tiempos, el Valencia tenía los dientes raídos de morder cuchillos. Se marchó al Alavés dejando unas pocas pinceladas de su arte, pero, para sorpresa general, fue repescado, dos temporadas después, a última hora para dirigir aquel equipo que estaba diseñado para conquistar la galaxia: el Valencia de los Kempes, Diarte, Rep o Carrete. Ramos Costa se había gastado lo que no tenía en músicos pero se le olvidó contratar a un director. A Heriberto Herrera se le ocurrió que Adorno podría servir y el argentino guió al equipo en uno de los mejores periodos del Valencia que he visto nunca. El que arrancó en la temporada 76-77 con tres victorias consecutivas y pintando un fútbol de exquisita calidad ante Celta, Elche y Espanyol. Adorno era el director de aquella orquesta que dejó de funcionar casi al mismo ritmo que los pulmones de su conductor. Cuando empezaron a pintar bastos, fue reemplazado por los gladiadores de turno.

Miguel Ángel Adorno fue un valiente, en el sentido que Bochini le dio al término en su frase apócrifa. Fue nuestro Bocha.


Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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