diumenge, 28 de novembre del 2010

El conserje ilustrado

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A la memoria de don Enrique, alias "Spiderman"

Toda entidad con afán de trascendencia es siempre la síntesis de una dialéctica. O lo que es lo mismo, la espuma que resulta de poner en el mismo camino a Sancho Panza y a don Quijote. Ese trayecto lo perfiló mejor que nadie Cervantes y de un plumazo inventó la novela moderna. Todo lo que vino después no es más que la viruta de ese instante. El espíritu y la carne. Las ideas y la materia.

En Mestalla, ese debate subterráneo y alejado de los focos lo mantuvieron durante casi tres décadas dos secundarios de apariencia menor pero de enorme calado para el carácter del club. El utillero y el conserje. Españeta y don Enrique. Sancho y Quijote. Es evidente que ganó la materia, la anécdota, el chascarrillo, la moneda fundacional al aire. Y el mito populista y bonachón de Españeta absorbió el engima del club elegante, ilustrado y complejo hasta la neurosis que simbolizaba el inefable y sin embargo olvidado don Enrique, cuyo perfil merece, cuanto menos, un post. A fin de cuentas, lo más parecido que el Valencia CF ha tenido al mítico "Boot room" del Liverpool fue la garita donde cada tarde el conserje reunía a sus fieles, siempre encabezados por el no menos imprescindible Federico Blasco, fundador y primer presidente del Mestalla.

En el fondo, aquella garita de la puerta 3 de tribuna era como la taberna irlandesa a la que alude Jon Juaristi en "El Bucle melancólico", un lugar de místicos escuchando el relato de un iluminado. El iluminado, don Enrique. Los místicos, sus acólitos. Yo, el más joven. Lo paradójico: comprobar como el conserje del campo dominaba el arte de la retórica mucho mejor que todos los presidentes que ha tenido el club en los últimos 70 años. No exagero. Sus peroratas poseían el tono y la energía. Pero no al estilo fanfarrón y provinciano de los mantenedores falleros. Que va. Don Enrique era un socrático con un tesoro a cuestas: el don del relato. Y eso, a finales de los años 80', era todo cuanto el Valencia podía ofrecer a sus forofos más "lagrimitas".

Ya el físico resultaba determinante para explicar al personaje. Frente al boliche Españeta, don Enrique escenificaba las maneras del hidalgo. Alto, esbelto, calvo billar; con un rostro de billete de cien pesetas sosteniendo unas gafas redondas y ligeras. Siempre serio, siempre adusto. Y sin embargo, conversador infatigable e inteligente en su pequeño reducto de llaves y tejemanejes. Para un adolescente ávido de literatura valencianista, aquellas tardes fueron el mejor bautismo posible. No era la biblia de Hernández Perpiñà ni el fanatismo irreductible de mi padre. Era otra cosa. Un hilo de mística. Lo más parecido a la hipotética cultura de club que jamás tendrá el Valencia.

El hombre que todo lo sabía se mostraba desdeñoso con mitos vivientes y ausentes, como si él fuera en realidad el oráculo del club o el único garante de su supervivencia. Poco a poco supe que nada era casual. Se trataba de un Profesor mercantil jubilado, que en los años 70' había escrito encendidas soflamas en contra de Ros Casares bajo el pseudónimo de Spiderman. Una vez en la presidencia, Ramos Costa le ofreció trabajo en el club como pago a su lealtad mediática. Pero su carácter indómito le fue relegando hasta quedar poco más o menos que de conserje vespertino del campo de Mestalla, en cuyas entrañas fue acumulando años y manías. Muchas manías. Demasiadas. Quisquilloso y metódico como ningún otro funcionario de la casa. Cada noche, a eso de las nueve y tres minutos, sacaba una fiambrera con un tomate y una loncha de jamón de york. La frugalidad era su religión. De postre una manzana, que mondaba con una destreza envidiable. Había que verlo, un puto crack pelando manzanas. Chis chas chis chas. Una sola monda noche tras noche. Un prodigio que ni Arguiñano. Mientras cenaba, don Federico Blasco salía a echar un pis y yo me asomaba a la tribuna vacía. A veces se me saltaban las lágrimas de pura emoción. Era, ahora lo veo, el jodido becario del mestallismo ilustrado. Es decir, el último eslabón de una cadena inexistente. Allí, anestesiado por el verbo florido del conserje quijotesco y con el campo a solas bajo la penumbra de la noche, me sentía capaz de escribir pancarta tras pancarta hasta el pancartazo final.

Menos mal que a veces aparecía Españeta y su vibrante ejército de mindundis realistas. Otra tropa, otro Valencia. Borrachines, tartajas, puteros, escayolines. Menos mal, insisto. Y menos mal que suyo fue el poder y la gloria como el paso de los años acabó por demostrar para satisfacción de la mayoría y olvido del conserje ilustrado, que falleció poco antes de "la Edad de Oro" y sin que su nombre aparezca en google junto al del incombustible utillero. Poque cuando aquellas noches del Tuzonismo ochentero llegaba Sancho, digo Españeta, y le pedía la llave a don Quijote, digo a don Enrique para guardar la furgoneta, se establecía entre ambos un insólito y entrañable diálogo de besugos altamente significativo. Donde uno veía gigantes de mística y memoria, el otro sólo certificaba molinos de abanicos y pelucas. Sin duda, nunca como entonces se hizo tan visible el cáracter surrealista, berlanguiano y tragicómico del Valencia CF. Nunca como entonces quedó tan clara la metafísica ausente del amado y puto Valencia. Y ese, mi querida afición, es el argumento definitivo que nos ha mantenido en pie por encima del engorroso trámite que siempre es el fútbol. Sobre todo teniendo en cuenta que el jugador favorito de don Enrique por aquellos años era "Milikito" Tomás. Otro que tal.


Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dijous, 25 de novembre del 2010

Luís García Berlanga, aficionat del València CF

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Amb motiu de la desaparició del director de cinema Luís García Berlanga en este post oferim dos documents que tracten la seua vinculació amb el València CF. El primer d'ells és una entrevista publicada a la revista del club Val de VAC. El segon és la grabació del programa "A vivir que son dos días" de la Cadena SER, emés el 14 de novembre de 2010, on es fa un homenatge a la seua trajectòria profesional i on, a partir del minut 8:30, es conta una cosa memorable. Agraim Simón Alegre, Rafa Lahuerta i "un amigo de Gijón" l'obtenció d'este document...

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Últimes vesprades a Mestalla
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diumenge, 21 de novembre del 2010

Ja tenim equip

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El periodista i col·laborador habitual del nostre blog Paco Gisbert presenta el 22 de novembre de 2010 a les 19:00h en l'"Ámbito Cultural" de El Corte Inglés (5ena planta de l'Edifici Colón) el seu llibre "Ja tenim equip". Amb este motiu publiquem el següent text extret del blog de l'autor Un samaruc en la grada.


No me gustan los niños. De hecho no tengo hijos y, aunque colecciono sobrinos, tampoco he sido el típico tío plasta que los colma de atenciones. Estoy más cerca de Mr. Scrooge que de Hans Christian Andersen, lo cual, en el fondo, me parece muy sano. Pero hay una imagen que me conmueve: la de un niño acompañando a su padre al fútbol. La he visto cientos de veces en mi vida, con diferentes bufandas, camisetas y nacionalidades, pero cuando vuelve a mí, siempre por casualidad, no puedo evitar observar con mucho más detalle de lo habitual.

Me fascina esa imagen de ritual iniciático porque contiene la esencia de la vida. La forma más hermosa de retratar el enigma de la supervivencia humana. Los padres no transmiten a sus hijos conocimientos, ni experiencias porque, al fin y al cabo, sus vidas también son desastrosas. Transmiten pasiones. Pero pasiones reales. Un padre apasionado por el trabajo no engendrará necesariamente un hijo estajanovista, porque esa pasión es más falsa que una moneda de tres euros. está basada en la huida de una vida que no complace. Pero un padre hincha de un equipo de fútbol siempre tendrá un hijo que jamás abandonará la misma fe. Esa sí es una pasión verdadera.

Yo tuve la suerte de tener un padre que me transmitió esa pasión y, con ello, una forma de ver la vida. La vida, para alguien que ha mamado el valencianismo, es nunca darte cuenta de cuáles son tus límites, pensar que el cielo y el infierno están mucho más cercanos de lo que creemos.

Durante años quise escribir sobre esto. Lo hice, en pequeñas dosis, en artículos que publiqué en la Cartelera Turia, el diario El País y el blog de Últimes vesprades a Mestalla. Pero siempre albergué la secreta intención de escribir un libro sobre mi visión de la historia del Valencia. Un viaje a Argentina, hace más de nueve años, fue el causante de que esa idea fuera tomando forma en mi cabeza. En una librería de la calle Corrientes, en Buenos Aires, encontré un libro llamado "No te vayas, campeón", de Roberto Fontanarrosa. Aquella joya recorría medio siglo de fútbol argentino a través de los retratos literarios de los grandes campeones.

Pensé que aquel esquema se podría aplicar a un libro personal sobre el Valencia y, a comienzos de 2010, encontré a la gente de Carena, que se prestó a editarlo. De los ocho libros que he publicado, "Ja tenim equip" ha sido el único que no he escrito por encargo del editor, sino por gusto. Un verdadero gustazo, porque he escrito lo que me apetecía contar, a mi manera.


Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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dimecres, 17 de novembre del 2010

Un club berlanguiano

Article publicat al diari Levante-EMV el dia 15 de novembre de 2010.
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Grande entre los humildes, pobre entre los poderosos, el relato del Valencia es un lugar inexacto, una obra por definir. Ese es su encanto y la fuente de todos sus tormentos. Un caldo de cultivo exquisito para recrear situaciones como la presentación de la maqueta del futuro estadio. Un proyecto reducido a su pretenciosa puesta en escena, con políticos prestos a ejecutar planes urbanísticos a partir de los éxitos de un club de fútbol a cuyo gobierno se han aupado empresarios agigantados con la efervescente fiebre del ladrillo y con ansias de saciar la vanidad del reconocimiento social. Esa estampa evoca a "La escopeta nacional". La tétrica soledad de la inacabada mole de cemento del Nuevo Mestalla, que iba a situar al Valencia "en la Champions económica", se parece demasiado al final de 'Bienvenido Mister Marshall". Las películas que nunca dirigió Berlanga las protagonizó su equipo, al que siguió hasta sus últimos días. El Valencia, un Imperio Austrohúngaro en continua transformación, ha encontrado por fin su relato: es un club berlanguiano.


Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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dissabte, 6 de novembre del 2010

Prometo estarte agradecido

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Más vale tarde que nunca, por fin el valencianismo se ha aprestado a rendir los honores merecidos a Arturo Tuzón. Este sincero homenaje, cargado de recuerdos y reflexiones de máxima actualidad, puede tener un poso de formalismo necrológico para los aficionados que, por juventud, no vivieron sus mandatos. Sin embargo, los que nos iniciamos en la fe valencianista en el último lustro de los ochenta hemos experimentado con la muerte de Arturo una catarata de emociones que revive y reafirma los valores que auspiciaron nuestra militancia. Eso, y una sensación, aunque tenga que ser casi a título póstumo, de desagravio histórico.

Al final, también en el Valencia, siempre ganan los buenos.

No voy a ahondar en la indiscutible relevancia de los éxitos de la gestión de Tuzón, puesto que ya lo han hecho magníficamente en los últimos días nuestros mejores exponentes literarios. Mi aportación al homenaje, esa especie de deuda del corazón, es mi experiencia de esa época, poder contarla y exponer mis sensaciones a las generaciones venideras de valencianistas. La contribución de Tuzón no se puede entender desde la demagógica titulitis que padecemos, reverso superficial y hedonista de un fútbol cada vez más light, en el que el hincha, merced a sus propias renuncias, ha sido relegado a la condición de objeto decorativo. Porque restañar la herida de un descenso tirando de cantera y minimizando humillaciones supone el más valioso servicio que quizás haya disfrutado nuestro club. Si añadimos que tal empresa se acomete ante la deserción de esa plana mayor de próceres locales que bracean por hacerse hueco en palcos y celebraciones oficiales, nos percatamos también de su complejidad.

Arturo devolvió la autoestima a una generación de valencianistas deprimida tras la resaca que dejaron los logros y errores de la regencia de Ramos Costa y, junto a él, nos curtimos los que sólo conocíamos los triunfos pretéritos por relato ajeno o lectura de anales. Durante esas temporadas, injustamente devaluadas desde el prisma del sistema de competiciones europeas vigente y los títulos conseguidos en el nuevo siglo, los que perseveramos en nuestra pasión valencianista forjamos una irreductibilidad que es garantía de respeto no sólo a nuestros valores fundacionales sino también a las personas que, como Arturo Tuzón, los encarnaron.

Sufrimos y aprendimos a querer más al VCF con las debacles ante Karlsruhe y Nápoles, con las decepciones coperas de Mallorca y Zaragoza; vivimos confusos la mascarada roigista-romarista que secuestró el homenaje a Kempes y que supuso la sentencia aplazada del proyecto tuzonista; pero también disfrutamos como niños de cada partido en Mestalla, como si fuera el último, especialmente de las noches europeas y coperas, antes de que la saturación de partidos asociada al fútbol-negocio nos las presentara como un aliciente entre semana y no como un mero trámite a liquidar. Flipábamos con nuestros futbolistas, tan idolatrados y accesibles al mismo tiempo, y nos vanagloriábamos de los últimos onces denominación de origen autóctona que pisaron la pradera de Mestalla. También esperábamos con expectación esos fichajes que no llegaban ni para llenar páginas de periódicos ni a golpe de comisión, refuerzos seleccionados por auténticos y contrastados hombres de fútbol como Roberto Gil o Pasieguito. De la mano de Vicente Fayos, se potenció la vertebración del peñismo, fenómeno huérfano y decadente que en pocos años creció hasta alcanzar el centenar de colectivos a principios de los noventa y que a mediados de dicha década repercutiría en demostraciones de fuerza como las de la final copera del Bernabéu o el desenlace liguero de Balaídos.

Entre todos recuperamos el orgullo perdido e hicimos un VCF más nuestro y, por ende, más fuerte. Hasta que, como suele pasar por estos lares, desde Poniente nos impusieron la “fusión fría” de las SAD. Un impersonal epílogo administrativo que no borrará cada negativo de esa época que hemos guardado en el álbum de nuestras vivencias valencianistas. Ni la magistral autoridad del mítico Arias, ni aquellas sobrias presentaciones, ni la cátedra que sentó Fernando a base goles imposibles y proverbial señorío. Ni aquellas paredes de tiralíneas entre Quique, Arroyo y Eloy, ni los ingeniosos tifos de la General de Pie Norte, ni las pasionales celebraciones de Roberto. Como tampoco pasarán al olvido aquella fabulosa camiseta naranja, el himno extraoficial interpretado por Pastoret o los rituales gritos de “Lubo Lubo!”.

Referencias que evocan felices momentos de mi infancia, un remember que aún nos hace vibrar y que no nos cansaremos de rememorar.

Gracias Arturo, por ayudarnos a ser mejores valencianistas!


Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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