dilluns, 9 d’abril del 2012

Minuto de silencio

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Treinta y ocho años pueden ser muchos o pocos. Para morir son pocos. La gente siempre usa esa frase manida pero inevitable. Era tan joven. Y así es, no hay duda alguna, nadie se atrevería a decir lo contrario. A esa edad quedan tantas cosas por hacer: sabrosas comidas que cocinar y degustar, bellas mujeres a las que desear sin atreverse a iniciar siquiera una breve conversación, aunque fuera insulsa; amaneceres, atardeceres, paisajes de ensueño, lecturas fascinantes y música por escuchar, música de verdad, de la que se siente en las entrañas. Sin embargo, para estar en el corredor de la muerte son muchos, muchísimos, demasiados, una muerte en vida. Algunas carreras profesionales podrían batir récords de llegar a esos registros: prostitutas, atletas, mineros, timadores, ladrones, asesinos, corredores de bolsa. Qué quieres que te diga. A mí me parecen siempre poco. Soy un adicto a la vida, nunca me sacio de ella, más quiero más, cuando ya tengo demasiada, cuando no me sienta bien, cuando me empacho de ella, más, quiero más.

Es un día como tantos otros ha habido antes. Camino junto a mi padre rumbo a Mestalla. Llevamos treinta y ocho años haciéndolo. Hablamos de cosas intrascendentes, cosas de la vida diaria, de las comidas de mi madre, de cómo cambia el sabor de los alimentos con la edad y la quimioterapia, de la cantidad de inmigrantes que han llegado en los últimos años, de cómo nos vemos retratados en ellos, como si tuviéramos en la palma de la mano una máquina del tiempo de Apple, un iTime, que nos mostrara los anhelos y deseos que albergábamos cuando la arrogancia aún no era uno de nuestros pecados. Los largos paseos previos a la entrada al campo de fútbol han ido acortándose, menguando con la naturalidad de la caída de las hojas en otoño, dejando paso a conversaciones estáticas, frases mil veces repetidas y adolescentes deseos de que nuestro equipo salga victorioso esa tarde. Una liturgia que, por sabida, no deja de satisfacernos. Entrar por la puerta 3, encaminarse hacia el vomitorio y subir los escalones que nos elevan sobre el verde del terreno de juego, con la sensación de la primera vez renovada decenios después. Nuestro asiento es uno de los ejes de rotación de nuestra vida. Inmutable. Tal vez con un sensible movimiento de precesión a lo largo de los años que nos hizo pasar de los asientos 118 y 120 a las butacas 120 y 122, sólo eso. La gente va llegando parsimoniosamente, hasta que faltan cinco minutos parece que aquel día el campo presentará un aspecto desangelado con una pobre entrada. Nunca es así. Nuestros compañeros de grada, fieles y críticos a partes iguales, han ido y venido. De aquellos que compartían los gritos y vítores, las alegrías del gol y la desazón de la derrota en el último momento en 1972 ya no queda nadie. Migraron, cambiaron de sector, fila y asiento, cambiaron de mundo, se fueron, murieron.

Los jugadores han saltado al campo, su salida ha ido perdiendo brillo, envuelta en el celofán de las promociones comerciales y las fotografías con los patrocinadores. El árbitro ordena despejar el terreno de juego para dar comienzo al partido, los jugadores no ocupan sus demarcaciones, sino que se unen en un abrazo largo como una serpiente alrededor del círculo central. Un minuto de silencio por el presidente Tuzón. No me acordaba, tan inmerso en la rutina del día de fútbol, hojeando el programa del partido y mirando una antigua foto de Kempes. Nos ponemos en pie. Suena la melodía que acompaña estos momentos de reflexión, mientras un par de gamberros son incapaces de soportar tanto silencio atronando sus tímpanos. No suelo rezar en esos momentos, no suelo pensar en nada que no sea desear que ese minuto no se celebre nunca por mí, en ese momento tan real, tan vital, tan excelso. Me fijo en la fila de abajo. Dos asientos vacíos traen a mi memoria a sus ocupantes. No han venido en toda la temporada. Un padre y un hijo. Parkinson y resignación. No sé cómo se llaman, no sé a qué se dedican, no sabría encontrarlos en una guía telefónica. Al padre le gustaba el juego pillo de Eloy, el hijo estaba siempre al día de todo lo que tenía que ver con el club, aunque viviera una temporada lejos de la ciudad. No están, se han desvanecido. Y con ese pensamiento surfeando en la playa de la memoria giro mi cabeza a la fila de detrás. Dos asientos más vacíos. Aquí sí que sé el nombre de sus ocupantes. Ataque al corazón, derrame cerebral, coma… No sé si los volveré a ver, ellos tampoco lo saben. No puedo evitar tener la certeza de que el minuto de silencio es también para ellos.


Francisco García
Socio del Valencia CF
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7 comentaris:

M.A. ha dit...

Muy bueno, Francisco.

La Ranita de La Fuente Lagar ha dit...

Muy buen artículo. Me ha hecho recordar...
Dónde estará la Señora que una tarde de Abril de 1981 insultaba al árbitro mientras se fumaba un Puro. Jugaban el Valencia y el Atlético de Madrid y era la primera vez que visitaba Mestalla. No había visto nunca el estadio por dentro y creo que por fuera sólo había visto el Estadio Vicente Calderón en los viajes de Zamora a Madrid.
Yo tenía 9 años recién cumplidos, aquella mujer tendría 50 ó 55.
Ese minuto de silencio es para todo el que ya no está y alguna vez se emocionó con el Valencia C.F.

David P.Montesinos ha dit...

Mi padre me llevó a Mestalla por primera vez precisamente en el 72. Nos sentábamos en la zona del corner norte, muy cerca de donde ahora están los "ultras", es decir, esos que necesitan gritar e insultar mucho para poder hacer creer a los demás que ellos guardan las esencias de la identidad colectiva. Él entraba con el pase que el club entregó a mi abuelo, yo,como supuestamente no tenía la edad entraba con él gratis. Si estaba lleno Mestalla a rebosar me sentaba como podía sobre las rodillas, pero la mayoría de las veces, como no había esas sillas blancas horteras que pusieron en tiempos del Mundial 82 y que aún están, la gente simplemente te hacía sitio sobre la gélida piedra del graderío. Mi padre me preguntaba alguna vez si tenía frío -"estás tembloroso"-, pero no era por frío, era por la ansiedad que me causaba ver jugar al que sería ya uno de los amores de mi vida hasta que me muera. Había tardes en que parecía imposible que el Valencia ganase, como aquella en que ganó aquí el Atletic de Bilbao, demonio, Iríbar lo paró todo. Muy cerca de mí se sentaban los gemelos de Rafelbunyol, que siempre me daban mandarinas de su huerto, y que hoy son ya dos de los símbolos del club, un poco como Espanyeta.

Cuando mi abuelo nos subía a su zona, en la zona más alta de la tribuna cubierta, donde sí había asientos -unas sillas de madera de esas con la base de mimbre-, teníamos al lado una señora como esa de la que habla el anterior interlocutor. Había un tipo que siempre se burlaba de ella diciendo "Johniiiie!", cada vez que aparecía -hablo ya de los últimos setenta- el holandés Johnnie Rep, un rubio ciertamente resultón.

Mi padre no viene al fútbol hace una eternidad. Es seguramente una estupidez, pero creo que un equipo de fútbol es, ante todo, un estadio, la emoción colectiva de la que guardamos memoria, una forma de familiarizarse con el espacio, un efecto de sonido que no hay manera de exportar. Nada de todo eso podrá trasladarse al nuevo estadio, quedará para siempre sepultado en lo más recóndito de la memoria, los jóvenes no podrán entendernos, pero el VCF irá para siempre unido en nosotros al viejo Mestalla.

Anònim ha dit...

Enorme, muy emotivo, Fran.

Bonito homenaje para aquellos que ya no están. O sí, en espíritu.

Un saludo
Jose M. Lavarías

Anònim ha dit...

Tremendo Fran.

Estamos de paso, es una obviedad, pero poseemos el sentido de la nostalgia, que simplemente nos recuerda que el tiempo pasa, y pasa muy deprisa... tal vez demasiado.

El partido del minuto de silencio a D.Arturo Tuzón, casi no llego, y subi las escaleras lo más rápido que pude, llegué casi sin aliento, pero necesitaba despedirme de él.

Precioso recordatorio a los que por desgracia van faltando.

PEPELU.

Anònim ha dit...

necesario post.

en una ocasión no me pude resistir y en mitad de un minuto de silencio grité con todas mis fuerzas HIPÓCRITAS...no diré de quién.

BT

Anònim ha dit...

¿Fuiste tú?

Fran